martes, 30 de mayo de 2006

Brecha - Relatos Cyberpunk

BRECHA
Carlos Alberto Zea

No es extraño encontrar a menudo, en un punto medio entre nosotros y la dicha, una mirada hostil dispuesta a arruinar el momento. Cuando todo lo que queremos es morir, hay una mano soltando la soga.

Recuerdo un fragmento de las Olas, Yinni, avanzando a lo largo de la carrilera y todo lo que deja atrás, y el éxtasis cortando la amargura; el sol saliendo y poniéndose infinidad de veces.

Entre paredes la abertura en vertical deja ver mar y montaña; la imagen es tan fuerte que puedo sin ver sentir los rayos y todo lo que iluminan: Estaré allí, lo sé, aparte de mi capacidad para recoger mis sueños y disponerlos, las imágenes se mezclan con situaciones sin suceder.

La distancia recorrida por un hombre, en la que toda la vida es él, sería inexistente y tal vez inútil sin registro. Antes de abandonarme en medio de la mugre, al comprobar la inminente descarga del artefacto-mi cuerpo, existió un desplazamiento que de no ser por eso que mueve mis extremidades, no hubiese sido posible. Yo lo vi, y aunque lo había añorado, todo lo que conseguía era viajar a la velocidad de mi pensamiento para hallarme con la misma rapidez en el mismo lugar. Hasta que lo vi, entonces lo desee con el resto de mis fuerzas.

De no ser así mi vida habría proseguido su plana rutina; un continuo de lecturas virtuales y sueños secos, representaciones oníricas, como solían llamarlas y que sólo yo deleitaría. Mi padre no hubiese dejado de llegar una y otra vez, proveniente de su vulgar oficio de rata de laboratorio y aquella sustancia continuaría saliéndole por los brotes en su cuerpo que a su vez no dejarían de multiplicarse. Aún aparcaría cada noche su ecomociclo para tres pasajeros, frente a la casa de una sola planta, techo bajo, y porche con dos puertas; una sintética y la del interior artesanal.

Así es como pasó: todo el día he estado en conexión, almacenando en mi conciencia los tormentos visuales que un día, lo sé, me serán de utilidad. Me ha producido un gesto, que debe ser una sonrisa, eso que he visto a través de filigranas sensoriales; el hecho más allá de este segundo, al que puedo sustraerme si es mi deseo, lo sé, y aún así no estaría cerca de ese estado llamado felicidad.

Al entrar mi padre, disminuye la intensidad, porque sigue absorbiendo potencia durante horas, incluso, me ha dicho, hay mañanas en las que no es necesario recargarlo. Y ríe, se carcajea, sus ojos son pequeños bultos sobre cuencas, hasta donde llegan mechones de cabello imantado. Es feliz; todo lo que necesita es su inhalador y aquel alimento que nunca toma en casa. No se qué está al servicio de qué; a él le basta un puf para que el wiss lo bloquee. Para mí es contención, soporte, un efecto dique en mi alma cerebral.

Dejo el inhalador sobre su mano, despacio, calculado. Mi madre fue sorprendida y ya sabemos lo que vino. Los estertores del amor habían terminado, pero aún quedaban rezagos afectivos para un día de campo. En adelante su ausencia marco nuestro espacio. Todo lo que quedo entre los dos no fue más que un puente derruido; aquel que se atreviera a avanzar podría caer al abismo. Era mi día, fui sin temor.

La forma de saber si ya dormía era presionando mis llagas y esperar a que no blasfemara a causa de un hedor al que no estaba habituado. En mi mente ya había fracasado, al sentirme apretaba mi brazo apartando el instrumento y me confinaba a la inmovilidad sin mi cuerpo-el-artefacto.

Es el día, me acerco por detrás, le pongo los trodos tan rápido como me es posible, ya voy ajustada, el resto es conectarlo al shack y activar el interruptor. Clic. Lo sumerjo más allá del límite, el horror de su mezquindad me alcanza en su vértigo, mi madre por fin descansa esfumándose.

La oscuridad, a falta de luz artificial que la colme, cede su lugar a la naturaleza. No sé, tal vez no fue tan ilógico escuchar aquel pájaro cantando al despertar. Ya hay mensajes en su comunicador al no presentarse esta mañana. Pronto vendrán a sacarlo, la gente prefiere morir de hambre y esperanza en jaulas de mercado (en donde podría estar mi lugar, a no ser por filigranas anunciando), que prestarse a experimentos a cambio de migajas. Debo irme.

Camino ayudada del último vínculo que me une a mi padre, y toda mi posesión ahora; un puf, dos puf, tres puf. La distancia entre dos puntos, la travesía y sus implicaciones, ojos que te miran sin ocuparse de ti, nadie dispuesto a irrumpir tu éxtasis.

Cada vez se hace más lento el movimiento. Antes de quedar expuesta, me arrincono en un callejón. Me abandono. Un puf… veo un vago buscando entre basura; soy su hallazgo.

Al abrir los ojos rodeada de gomi, desechos de los que sólo un desquiciado sacaría provecho, sé que estoy en su casa, no se si llamarla así, hay cosas que parecen tener vida propia, en medio de mugrienta tecnología robótica, comida grasosa y ese ruido persistente, similar al de una vieja nevera. No debo salir de aquí, lo sé, es algo que se siente, como una mirada tras de ti.

Otra vez la imagen, esa reducida brecha por la cual puedo ver mar y montañas, y sentir los rayos, en donde indudablemente debe haber algo más; deseo un tren a todo vapor dejándolo todo atrás. Entonces seré Yinni otra vez.

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