lunes, 5 de junio de 2006

Un abismo corporal - Relatos Eróticos

UN ABISMO CORPORAL
César Andrés Ramírez G.

“El erotismo es la afirmación de la vida hasta en la muerte”
G. Bataille.

Cuando las acciones eróticas empezaron a desbordar toda lógica, toda lúdica, toda proporción, en un devenir corporal impredecible, la realidad, de pronto, sobrevino ilegible.

Tal vez fue por el ritmo vertiginoso que adquirieron los labios al besar. O tal vez porque la agitación, motivada por mis manos, alcanzó categoría de tormenta. O tal vez, por efecto de las llamas densas e impenetrables de las lámparas en incandescencia que, a cada agitación del aliento, condujeron nuestros órganos por el camino de una nocturnidad hiperreal, casi imposible de describir, quizás porque hubiera sido como ir amasando imágenes que figurarían escombros artificiales, cadáveres postergados, retratos desgatados, ya inútiles.

Lo cierto es, como se dijo, que ante los cuerpos todavía sin cansar, la realidad, de pronto, encegueció. Al cobrar intensidad, la cuota de instinto que yace al interior de toda epidermis humana, acelerada por el combustible del amor, impuso a nuestras almas una rauda seducción similar a la seducción con la cual el abismo atrae a sus víctimas.

Y así, en este enloquecedor ritmo furioso, en el que ya no había nada de terrible e inmoral —pues, como dije, ya no había realidad, ni imaginario— nuestros cuerpos cayeron, aleccionados ante la cantidad de combinaciones íntimas que permite el desencadenamiento deseante.

Cayeron, sin espanto, a ese contexto en deliciosa desolación, decididos a entregarse al erotismo, firmes en continuar con la ceremonia vital hasta el agotamiento de los días. Cayeron, pero envueltos en la transparencia del sigilo, como queriendo salirse del campo de visión del ojo ubicuo de los dioses viscerales.

Cayeron, aunque el desahogo que desmaya apenas si les otorgara tiempo para reaccionar y percibir el temblor que manaba del éxtasis, esos guiños de la locura festiva, esas explosiones que hacen rugir la tierra tanto como los tejidos que crujieron como elementos en desastre.

Sólo se dijo, al final, con certera ironía: “que rico”, con la satisfacción de haber actuado superando toda mueca paralítica, toda ambición privada, todo gesto expresivo de la frialdad, todo cansancio, toda puerilidad moral, toda insistencia en perseguir como norte los principios de malignidad del deseo.

Pero hay que decir que, con todo, al final de este itinerario que obnubila los ojos, no nos encontramos más que con las consecuencias de los acontecimientos que comienzan con un abrazo fervoroso.

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