martes, 23 de mayo de 2006

Elvia - Relatos de Vampiros

ELVIA
Juan Carlos Rondón

Pasea suavemente entre la multitud de la calle y todos la miran sin cesar; pero hoy no es un día para admirarla, no esta noche. Sus ojos tienen un tono especial, unas gotas de maldad, como una prevención que muchos quieren ignorar. Hoy ella busca algo en especial, algo que llene de vida su excitante cuerpo, que la haga sentir viva de nuevo, que ruborice un pocos sus pálidos pómulos, un licor no tan añejo y que a su gusto no es tan difícil de obtener, pero a cada paso su búsqueda se afana mucho más, su delirio crece y su vida se agota.

Ya ha pasado tiempo desde su último trago de vida, su pálida piel es más clara que de costumbre, sus ojos se apagan por momentos como se apaga la esperma noctámbula; sus pasos son menos fuertes y en momentos pareciera que perdiera estabilidad.

—Necesito una gota, una sola —, exclama en voz baja.

Casi las dos de la mañana, siente que ha perdido mucho tiempo en conseguir lo que necesita; sin embargo su espera como es normal termina pronto ante la impotencia de su figura, bastó un simple “hola, ¿qué haces tan sola?” de un redentor.

Elvia, voltea su mirada a la salvadora voz y le responde.

—Hasta el momento nada; pero creo que tú y yo podemos hacer mucho.

Mantiene la mirada fija en su rostro, dejando enseguida sin aliento a este pobre hombre. Qué golpe de suerte el que él ha tenido, la mujer más bella que podía estar en ese lugar había respondido a su picara e inocente pregunta. “Lo que tú desees, sin reparo estoy dispuesto a hacer.” Ella sonríe:

—Estoy muy segura de eso, me podrás complacer de una manera que no te imaginas.

Nuevamente renovada, más bella, más diosa, Elvia por fin calma su irónica y maldita sed. Es cruel el sacrificio, no siente la alegría que desearía; pero no lo puede controlar. Deja suavemente en el suelo el cuerpo sin fuerza del buen redentor, no tendría que ser de esta manera y maldice su suerte.

—No es justo, que el deseo de este pobre hombre sea mi salvación, no entiendo por qué; seguro otro como yo, aprovecho un momento de mi intensa lujuria y pagué con ésta, la cruz que he de llevar por toda eternidad o hasta que la sed misma seque mi vida.

Ya han pasado días desde aquella noche. Elvia, no quiere volver a caminar por las calles como un cazador; pero ese deseo incontrolable la mueve casi sin que pueda siquiera pensar.

—Otra vez en esta calle llena de vida y yo sin ella; otra vez la gente mirándome con intensidad, sé lo que muchos quieren y lo que yo quiero de ellos; todo otra vez.

Hoy es una noche un poco más cálida, la neblina no cubre como es costumbre, hay algo raro en el ambiente, no se sabe pero no es malo; es algo que brota de la noche misma, como un suspiro, como algo nuevo e incesante. Elvia, sabe que esta noche habrá sorpresas, algo la tiene intranquila.

—Siento algo que no comprendo, una inquietante corazonada. Estoy un poco confundida; pero ya tengo que suplir mi necesidad, cada segundo que pasa es vital para mí.

Sigue caminando con la sensualidad digna de una princesa, sus ojos azules conquistando miradas y lo que más importa despertando deseos.

—Cada vida esta dispuesta a calmar mi sed; solo los mueve el deseo que les produce mi cuerpo, ¿cuántos pensamientos volaran por sus mentes al verme?

Mientras se cuestiona esto y mirando a su alrededor, algo la golpea en sus piernas; cuando siente esto, mira de inmediato para saber qué la había golpeado con un enojo en su mirada, sus ojos divisan lo siguiente: un joven que vuela por el lado de ella, y una bicicleta que ante su rígida estampa femenina se retuerce. Casi una pequeña sonrisa deja salir de su boca, es raro lo que pasa. Nadie se preocupó por la suerte de este muchacho que voló varios metros y se estampo en el suelo, todos se acercan a Elvia con una pregunta muy tonta, “¿estás bien?”

Ella una estatua majestuosa como de un santo, y su voz encantadora pronuncia:

—No debería ser yo el motivo de su preocupación.

Todos comprenden que nada le había pasado. “¿Quién es él?”, preguntó, a lo que todos vuelven su mirada a un joven de unos veinticinco años, tendido en el suelo y con cara de resentimiento por el fuerte golpe; además una línea de sangre que baja por su rostro y que cada vez es más caudalosa. Aún no se incorpora todavía, y sigue ahí tendido en el suelo.

—¡Yo me encargo de él! Fue mi culpa —, dice Elvia ante al mirada atónita de todos.

Se acerca sin afán y llega hasta donde esta él, se agacha y se queda mirándolo fijamente. Cuando él puede enfocar un poco su mirada la ve y le dice “no sabía que san Pedro tenia los ojos más hermosos que yo haya podido ver”, y al declarar esto queda inconsciente. Elvia, seca con sus dedos la sangre que resbala por su cara, para desgracia de ella perdidamente. Lo levanta y lo lleva cual madre carga a un hijo dormido para acostarlo en su cama. Elvia está un poco débil, y por alguna extraña razón a este caído hoy lo dejará descansar o mejor, lo dejará en paz.

Pasó un día y cada uno por aparte se las arregla para poder abrir sus ojos a la siguiente noche. Cuando el adolorido joven abrió los suyos, lo primero que se cuestiono fue “¿dónde demonios estoy?”, mirando desconcertado el lugar donde estaba; en una cama tan grande que podía ser su casa, un cuarto enorme, con una ventana gigante quedaba frente a él; se veía a lo lejos ciudad y posada sobre todas las luces de la misma, la luna llena, como un farol redondo colgado exactamente en el cielo.

—¿Dónde rayos me encuentro?, ¿qué me paso? —, se pregunta de nuevo.

Una imagen de entre las luces que producían las velas en ese cuarto, se empieza a dibujar, y la voz de ella por primera vez él escucha.

—¿No ves a la gente cuando caminan por la calle?

—No sabia que las rocas se movieran entre la gente de noche —, responde el joven. —¿Dónde estoy, y quién me habla?

—Estás vivo, eso es lo que importa —, contesta ella con una irónica risa. —¿Cómo te llamas?

Él, un poco confundido le responde “Gerónimo, pero yo pregunte primero, ¿dónde estoy y quién me habla?” Elvia sale de entre las sombras y deja ver toda su belleza; su imagen de princesa se ubica frente a la mirada confundida de Gerónimo. “No era san Pedro”, dice él. Ella camina hacia él con la mirada fija en sus ojos; hay algo en la mirada de él que la inquieta, desde que lo vio tendido en la calle; no sabe qué es y hasta le produce cierto temor. “¿Quién será éste que produce intranquilidad en mi ser, que de un zarpazo voló por mi frente y descansa hoy en mi cama?” Aquella noche de ambiente claro, traería un sentimiento que pronto descubriría.
Estando frente a Gerónimo, siente un vacío que nunca había sentido jamás, y hasta sus fluidas frases quedan minimizadas a una simple pregunta.

—¿Cómo sigue tú cabeza?

—¡Señora! Lo ultimo que me acuerdo es que estaba repartiendo unas hamburguesas en el edificio de la calle ochenta y seis, cuando un abrigo negro se me atravesó y a pesar de mi pericia no lo pude esquivar; luego creí ver a san Pedro, con los ojos azules más hermosos que haya visto; pero resulta que era usted señora, hasta ahí bien. Tengo un chichón en la cabeza, supongo que me caí y me golpeé muy fuerte y resulta que estoy en la cama más grande que jamás he dormido, en un cuarto que es como la cuadra de donde vivo, y una ventana por la cual podría ver hasta el mismo paraíso; pero mi cabeza está como bien señora. ¿Qué rayos me paso señora, y como es que he llegado hasta aquí?

Elvia, no puede apartar la mirada de sus ojos, el brillo chispeante de ellos al contarle esto la hipnotizan, es algo nunca antes sentido por ella. Se sienta en la cama no muy cerca de él.

—Mi nombre es Elvia, y te estrellaste con un abrigo negro que yo tenía puesto anoche.

Gerónimo de un movimiento un poco brusco logra levantar su la cabeza y le pregunta: “¿Señora, esta usted bien? Debió doler el golpe”. Ella mirándolo casi inconsciente no responde enseguida a su afanosa pregunta.

—No tengas cuidado, mis heridas sanan muy rápido y como vez estoy bien.

—¡Heridas, señora! Aunque se ve como una bella flor en un día soleado; no concibo que por mí haya usted sufrido algún tipo de herida. ¿Está usted bien?

—Las heridas que causaste en mí, no son lo que tú crees –, y se aventura a decirle de un solo soplo, —tu inocente aparición desconcertó mi tranquilidad, caíste del cielo como un ángel herido en sus alas, y en mis brazos te recibí. Tu frágil figura penetró mi rígida corteza, caíste en mi caminar errante y sin vida.

Elvia, nunca había dicho esto antes a una persona y su confusión en ese instante fue aun mayor. ¿Qué tenia Gerónimo, que a la dama de la noche eterna afanaba su lento corazón? Gerónimo permanecía cautivo entre sus ojos azules y sus palabras.

—Mi señora, es usted la belleza misma, su imagen es la pintura de los dioses en una noche de inspiración, hasta mis ojos se cierran continuamente por el resplandor de su piel. Es usted…

Se queda sin palabras, no puede decir nada más porque ella ya no está tan alejada de la cama, está frente a él, casi siente su respiración, siente su olor que entra en él. El deseo en una noche torpe, se exalta en su más inconsciente deliro. Gerónimo y Elvia se encuentran en el punto donde el amor comienza.

Todo fue tan rápido, que ni la misma eternidad de ella bastaría para saber el por qué. A la princesa que roba en las noches la vida, hoy le tocó dar la suya por amor. Un calor entre ellos esa noche se comenzó a repartir por toda la habitación, sus cuerpos comenzaron a arder de amor, pasión, de ilusión para ella, y vida, la inocente vida de Gerónimo se unió a la de ella en un fuerte abrazo. Bastó el momento preciso, la mirada acertada, la valentía para decir lo que se siente, la decisión de dejar nuestras maldiciones y comenzar algo nuevo sin saber el lugar.

Elvia dejó su vida por la de él, y él dio la vida por ella; los dos tenían razones para hacerlo, algo los llevó a ese sacrificio. Esa noche se amaron con tanta pasión que el dolor era insignificante, su besos eran tan mágicos, que ya no se encontraban en ese lugar, se habían evaporado como humo y salieron por la inmensa ventana a cualquier lugar, donde el amor de los dos no fuera prohibido. Todo esto pasa mientras el cuarto de Elvia prendía en llamas hasta al cielo, la sed de sus cazadores llegaba a su fin y con fuego fue saciada; sabían que estaba ahí en ese momento.

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