lunes, 5 de junio de 2006

Pornstar - Relatos Eróticos

PORNSTAR
Cesar Mauricio Heredia

I

El café olía delicioso en aquel lugar. Solía beber uno a media mañana para desayunar, pues en mi casa nunca me alcanzaba el tiempo. Pero ese día era diferente. Las siete de la mañana y estaba ahí, gastando las últimas monedas en un desayuno que no sabía cuándo se repetiría.

Se cumplía un mes exacto de visitas a mi antigua oficina; un mes de rogar por el pago de mi liquidación, semana tras semana, sin lograr ningún resultado. El día anterior había sacado los pocos pesos que quedaban en mi cuenta. La mayor parte reposaban ahora en la caja registradora de un bar. Estaba totalmente borracho al llegar a mi casa y dormí más de diez horas, lo necesario para llegar muy temprano a mi antigua oficina a continuar la gastada discusión con la Jefe de personal. Ya la había amenazado un par de veces con demandar a la entidad pero, a quien engañaba, no podía pagar un abogado y, si lo hiciera, tal vez se quedaría con lo poco que me dieran en caso de ganar.

Distraído por estos pensamientos, no me di cuenta que una mujer había entrado a la cafetería, hasta que escuché una voz aguda, mucho más de lo que mi cabeza adolorida podía soportar.

—Buenos días Juanito, me das un tinto y un buñuelo, por favor –dijo sin sentarse en la barra improvisada.

La mire y creí adivinar a dónde iría después de terminar su ligero desayuno. Le entregaron el café humeante y, al tratar de disolver el azúcar, derramó un poco en la barra. –Ay, perdón mi amor, mira el reguero que te hice.

Se protegía del cortante frío de la mañana con un gorro de lana; vestía un jean y una chaqueta del mismo material. Era atractiva, mas de lo que podía esperarse de las trabajadoras del local que quedaba al lado de donde nos encontrábamos. Creo que la había visto antes allí, pero su pelo teñido de rubio me hizo dudar. La verdad, era más que atractiva. ¿Cómo una mujer así había terminado trabajando en el negocio de al lado? Que pregunta tan idiota, me dije, ¿no te ves a ti mismo, sin un centavo en el bolsillo y con hambre?

Estaba tan absorto en estos pensamientos y en su belleza, que no me di cuenta cuando me miró a los ojos y sonrió. Debí haberme quedado mirándola como un imbécil, o tal vez le ofrecí involuntariamente una de esas miradas agresivas, herencia de los días en el ejercito (¡Ponga cara de mierda soldado, que con esa cara de madre nadie lo va a respetar, ni aquí, ni afuera!), porque ella frunció el ceño y volteó la cabeza bruscamente .

¡Maldición! ¿Por qué no podía actuar como la gente normal? No es que me interesara mucho la mujer, pero no quería ser grosero con ella. Además, me gusto desde que la vi entrar. No quería dejar las cosas así.

—Hola.

Me miró por un momento con desprecio y volteó de nuevo. Pasaron varios segundos de incómodo silencio. Me puse de pie y busqué en mis bolsillos las monedas, cuando su voz chillona me sobresaltó.

—¿Ya te vas?

—Si, no me gusta que no me contesten el saludo.

—Pues a mí no me gusta que un desconocido me mire mal.

Touché. Ella tenía razón y yo no estaba haciendo nada para mejorar la situación. La mire a los ojos (Dios, realmente era hermosa) y traté de bajarle el tono a la conversación.

—Lo siento, tienes razón. Pero no es lo que tú piensas...

—¿Ah, si? ¿Y que pienso?

—Bueno... quiero decir… Pues con tu trabajo, tal vez haya personas que no se sientan cómodas con ello.

—¿Mi trabajo? ¿Y cuál es mi trabajo sabelotodo?

¡Maldición! Otra vez metí la pata. Ni siquiera estaba seguro de su verdadera ocupación.

—Es que yo pensé que... que tu trabajabas aquí al lado.

—Eso es algo que no te importa, y si te parece muy desagradable, ¿para que hablas conmigo entonces?

—Lo siento, de verdad. Solo quería... Lamento la confusión; sólo quiero que sepas que, aunque trabajaras allí, a mi no me molestaría.

Pagué intentando poner fin a aquella incomoda conversación. Además, ya era hora de ir a reclamar de nuevo mi dinero.

—Espera —se quedó con los ojos fijos unos instantes en la barra y luego me miró. —Yo también lo siento. Estoy algo cansada y de mal humor. Además tienes razón...mucha gente se siente incomoda con lo que hago. Si, no me mires así, después de todo acertaste, soy una prostituta —dijo ofreciendo una enigmática sonrisa.

Me tomó por sorpresa. Nunca pensé que se disculpara conmigo. No se que cara habré puesto, pues de nuevo se molestó.

—Si ves. Sabía por qué no tenía que decírtelo. Eres un prejuicioso como todos.

—No, yo no... Maldición, no le hagas caso a mi cara, nunca dice lo que pienso, esta maldita cara.
Me miró por un segundo y soltó una sonora carcajada. No la dejé hablar.

—Además, a mi no me importa lo que haces. Si a ti te gusta... —¡nooo!, ¿cómo se me ocurrió decir eso? —Perdón, seguro lo haces por dinero.

—¿Y por qué no me va a gustar? A mi no me molesta lo que hago. Es más, gano buen dinero y me encanta tirar.

¡Lo sabía, a alguna le tenía que gustar! Y la encuentro justo hoy, sin un peso en el bolsillo.

—Pero a veces tendrás que hacerlo con hombres que no te agradan.

—La verdad no, tengo opción de elegir con quien lo hago.

—¿Puedes escoger? ¿Eso no te hace perder dinero?

—Si, puede ser. Pero, por fortuna, esa no es mi única fuente de ingresos.

Eso aclaraba las cosas. Simplemente le gustaba el sexo y no estaba de más si le pagaban por hacerlo.

—Ah, claro, eso lo hace diferente. ¿Y es muy difícil mantener en secreto lo que haces en tu otro trabajo?

—¿Secreto? —se rió de nuevo. Aquella risa chillona me empezaba a gustar. —¡Pero si ellos lo saben! Tienen que saberlo, si no se los he dicho aún. No estoy segura.

Ahora si que no entendía nada.

—No pongas esa cara. Ellos tienen que saber. Los dos negocios se relacionan mucho. Mi otro trabajo consiste en filmar películas porno.

Esto era increíble. Por mirar mal sin intención a una mujer, mi mañana había cambiado totalmente. Estaba hablando con una actriz porno, no sólo con una prostituta. Me olvidé de mis otros problemas y charlé con ella más de una hora. No podía creer que en esta ciudad filmaran cine porno, industria que creía reservada a otros países. Al parecer era un negocio muy lucrativo para todos los involucrados. Por ello no era muy difundido, querían mantener el negocio en pocas manos.

Finalmente me dijo que tenía que irse, pero yo ansiaba saber más del tema (y por que no, de ella) y le pedí que me contara un poco más. Buscó en su pequeño bolso una tarjeta y me la dio.
—Por que no pasas por allá un día de estos. Menciona mi nombre y tal vez te dejen entrar. Y ¿por qué no? Puede que haya trabajo para ti. No luces nada mal. Podrías hacer algunas escenas. A propósito, di que Pearl te envió.

Me reí y ella me dio un beso en la mejilla. Olía delicioso. Salió y tocó el timbre de la puerta de al lado. Alguien que no pude ver abrió. Volteó por última vez, me guiño el ojo y desapareció en el interior.

El día apenas empezaba y ya había conseguido la oportunidad de conocer el mundo del cine pornográfico. No lo negaré, alguna vez soñé con ganarme así la vida, pero en ese preciso momento ni siquiera pasó por mi mente el tomarme aquello en serio. Tenía otras cosas en que pensar, y pronto Pearl salió de mi cabeza.

Tres horas después estaba de nuevo en la calle sin ninguna esperanza de ver mi dinero. Yo sabía que la Jefe de personal me odiaba, solo fui por desesperación, porque mi única comida en tres días había sido pan o buñuelos con café (y no tres veces al día) y porque se acercaba el momento de pagar la cuota del préstamo estudiantil y de la hipoteca de la casa en que vivía con mi madre y mi hermana. Maldita la hora en que se me ocurrió estudiar en esa Universidad tan costosa.
Sólo tenía cinco mil pesos en el bolsillo. Un amigo de la oficina me los había prestado. Le dije que no tenía cómo pagárselos. Me dio una palmada en la espalda y me dijo que le pagara cuando pudiera; si conociera mi situación real, sabría que tal vez mis herederos tendrían que asumir la deuda.

Empecé a buscar el billete. Estaba seguro que lo había metido en el bolsillo del pantalón pero no lo encontré; tampoco estaba en mi chaqueta y entonces me invadió la angustia. Perderlo era lo peor que podía pasarme en ese momento. Finalmente metí la mano en el bolsillo de mi camisa y lo encontré, saque el papel y allí estaba... la tarjeta que me había dado Pearl. Una extraña coincidencia, encontrarla justo al perder mi último billete.

La mire con más cuidado. Era de de color crema, con letras negras. Había una dirección impresa. Una hora de camino a pie, tal vez más, pero estaba cerca de la casa de un amigo al que podría pedirle prestado algo de dinero. No tenía nada que perder. Y no lo puedo negar, justo en ese momento me atrajo bastante la idea de ver cómo filmaban una de esas películas.

Las largas caminatas del último mes por la ciudad me hicieron fácil, incluso cómodo el trayecto. La casa se encontraba en un barrio de clase media; parecía vieja, con una puerta café oscura, que me recordó las entradas de las casas de pueblo. No tenían nada de particular y por un momento pensé que era una broma de la mujer. Estuve a punto de irme, pero me detuvo el deseo de saber quien vivía allí. De todas formas la dirección estaba impresa en una tarjeta, tal vez no sería la primera vez que los habitantes tenían que lidiar con personas preguntando por las películas porno que filmaban allí. Si se trataba de una broma, era bastante pesada y no pude evitar las ganas de saber por qué Pearl, o como se llamara la mujer, le había hecho algo así a quien fuera que viviera ahí.

Toqué la puerta. Tuve que hacerlo de nuevo con más fuerza, pues era bastante gruesa y me pareció que el sonido no la traspasaba. Al fin sentí que alguien se acercó a la mirilla y la puerta se abrió un poco; tenía una cadena de seguridad y pude ver la mitad de la cara de un hombre joven.

—¿A la orden?

—Buenas, ¿cómo está? —dije, y me quedé callado sin saber qué más decir.

—¿Se le ofrece algo? —dijo en tono impaciente, y con toda la razón, yo tampoco estaría muy contento de ver a alguien con cara de tonto, parado en frente de mi casa sin ningún motivo. Tenía que hablar pronto si no quería terminar con la puerta en la cara.

—Bueno... pues sí. Tal vez pueda ayudarme. Eh... alguien me dio esta dirección y, pues, me dijo que tal vez pudiera encontrar trabajo aquí.

—¿Trabajo? No, creo que le informaron mal, esto es una casa de familia.

—Pero... ¿aquí no hacen películas?

—¿Películas? No, como le digo, esta es una casa de familia. Perdone pero no puedo ayudarlo —dijo, al tiempo que cerraba la puerta.

Saqué rápidamente la tarjeta de mi bolsillo.

—¡No! ¡Espere! Pearl me dio esto y me dijo que viniera.

El hombre tomó la tarjeta y la miró con desconfianza. La volteó, la volvió a mirar por el anverso.

—Espere un momento acá —dijo, y cerró la puerta de un golpe.

Quince minutos después seguía esperando. Era una estupidez, pensé. Debería irme de una vez y no perder el tiempo. Podría estar buscando trabajo, pero una morbosa curiosidad me retenía. El hombre había recibido la tarjeta y no me había preguntado quién era Pearl, luego el nombre le era familiar. Y no es que estuviera seguro de tener un gran futuro en la pornografía, pero la situación era realmente intrigante. Sólo había dos opciones, o me echaban o me dejaban entrar. No perdería nada con ninguna de las dos.

Diez minutos más. ¿Cuánto tendría que esperar para saber por qué me había enviado allí la mujer? Por fin la puerta se abrió; si lo hubiera hecho un minuto más tarde, el tipo no me habría encontrado allí sentado. Me hizo una seña con la mano para que lo siguiera, pero me quede ahí parado. No era lo más aconsejable entrar solo a una casa extraña.

—¿Qué le pasa? ¿Después esperar tanto se va a quedar ahí? ¿No dijo que necesitaba trabajar?

Auch, justo en el clavo. El maldito había tocado un punto sensible, que me hizo decidir de inmediato y lo seguí sin dudar.

La apariencia del lugar no me hacía sentir mejor. Caminamos por un largo corredor; las paredes estaban cubiertas con cartón y, si había puertas, otros corredores o cualquier otra cosa, era imposible saberlo. La única luz provenía de largos tubos de neón en el techo. El corredor terminaba en una puerta metálica de color gris, muy diferente a la de la entrada. Habíamos recorrido un trecho suficiente como para atravesar una casa normal, por lo que supuse que la dirección de la tarjeta sólo era una cubierta. Al abrir la puerta confirmé mis deducciones. Entramos al patio trasero de otra casa. Al fondo se veía un gran ventanal, pero unos vidrios polarizados me impedían ver el interior.

—Por acá —dijo, señalándome una entrada a la casa. —El jefe está trabajando, pero no tardará mucho y luego lo atenderá. Si quiere quédese detrás de las cámaras y no abra la boca hasta que terminen. Siga, yo tengo que volver a la entrada.

Dio media vuelta y salió por la puerta metálica. En ese momento me di cuenta que del lado del jardín, la puerta no tenía cerradura. En cierto sentido estaba encerrado y no tenía más opción que entrar a la casa que tenía enfrente. Con todo lo que había visto, debería haber estado preparado para cualquier cosa pero, al entrar me quedé paralizado. Había reflectores en las cuatro esquinas de la sala, varias cámaras de video montadas en trípodes, otras de mano, y una pareja teniendo relaciones sexuales en un sofá, al tiempo que otro hombre los filmaba muy de cerca.

Mi asombró se esfumó con rapidez al ver a la mujer. Era exuberante, hermosa, no muy alta. Desde que tuve la edad suficiente para apreciarla, me había gustado la pornografía; ver esto en vivo me pareció demasiado excitante. Recordé las largas, casi interminables escenas que había visto en películas de ese tipo, por lo que pensé que pasaría un buen rato observando, pero el hombre del sofá se detuvo de repente.

—Viejo Dany, déjame descansar un rato y ahora seguimos filmando.

—Dale, descansa que no eres el único que lo necesita —dijo el hombre de la cámara—, a mí ya me duele la espalda un poco, además, tengo a un prospecto esperándome—. Se levantó, y entonces notaron mi presencia.

—Ah, muchacho, ya llegaste. Ven, hablemos en mi oficina.

Me tomó del brazo y me dejé llevar sin resistencia, pues estaba distraído mirando a la mujer, sentada en el sofá, desnuda, y encendiendo un cigarrillo. Me miró y guiñó un ojo con una sonrisa pícara. Aun sin poner mis ideas en orden, me encontré sentado en un pequeño cuarto. Era extraño el aspecto del lugar; sólo había un escritorio de metal pintado de gris, lleno de videocasetes esparcidos en caótico desorden. En las etiquetas se podían leer nombres como Yurani y Agata, Bernie e Iriana... ya me imaginaba lo que eran. Uno en especial llamó mi atención: Pearl y Mario N. Tal vez era mi nueva amiga, que volvió a mi mente junto a un fuerte deseo de llevarme el video.

Las paredes eran totalmente blancas, sin nada colgado en ellas. El color y extravagancia de la sala en que habíamos estado antes contrastaban con la parquedad y sobriedad que se respiraba allí. Claro, la primera era el set de grabación.

—Veo que le extraña la apariencia del lugar. Tal vez se imaginó afiches de mujeres en las paredes, o algo por el estilo—, dijo con una sonrisa burlona.

—En realidad no me imaginé nada— repliqué con fastidio.

—Vamos, no sea susceptible. Me dijeron que mi amiga Pearl lo envió. Debiste haber dado una gran demostración en la cama. Te felicito. Pocas veces nos envía gente, es muy selectiva.

—En realidad sólo hablamos un rato en una cafetería.

—¡En serio! Bueno, no se que le habrás dicho como para que Pearl te enviara, pero confío en su criterio. Sus recomendados nunca me han defraudado. Pero, no perdamos más tiempo, que tengo una escena que terminar. Veamos que tienes. Quítate la ropa.

La sugerencia me tomó totalmente desprevenido. Quede paralizado por un segundo y el hombre lo notó al instante.

—¿Que pasa muchacho? ¿Acaso me vas a hacer perder mi tiempo? Apúrate, ¿o no quieres el trabajo? —dijo mientras golpeteaba los dedos contra la superficie del escritorio.

Por un momento pensé en lagarme de allí, pero el hambre y la angustia que sentía me lo impidieron. Vamos, pensé, que más esperabas, ¿una entrevista?, ¿un casting en que pidieran reir o llorar un poco a voluntad? Imbécil, era cine porno, sexo gratis. No, gratis no, te pagarían por ello. No lo dudé más y empecé a desabrocharme la corbata y la camisa; adiós al saco, al pantalón, fuera medias y zapatos y por último la ropa interior. Rápido y sin pensar era lo mejor.

—Humm, no esta mal, un poco flaco pero firme. Date una vuelta...no me mires así, muchacho. Necesito darme una idea de todos tus ángulos, para ver cuál te favorece más —me hizo dar una vuelta a cada lado tomándome del codo y sonrió de forma maliciosa—. Definitivamente Pearl tiene buen ojo. ¡JULIAAA...CARIÑOOO!

El grito me tomó por sorpresa y di un pequeño salto. El hombre lo notó y me palmeó la espalda, “tranquilo, chico, relájate”. En ese momento entro una mujer que cualquiera de mis amigas calificaría como “vulgar” y cualquiera de mis amigos como “hembrota”. Tenía puesto un vestido negro diminuto que apenas le llegaba abajo de la cadera. Perecía adherido su delgado y al tiempo voluptuoso cuerpo.

—Este es el que Pearl envió. ¿Qué opinas?

Ella me miró de arriba a abajo. Sonreía y pasaba de manera perturbante un dedo por su lengua y sus labios. “Nada mal, amor. Nada mal…”

A pesar de su belleza, apenas podía fijarme en la mujer. Me molestaba que me miraran como si fuera ganado. Mi malestar fue tan notorio que ella volvió a reír.

—Tranquilo, bebé. Entiendo lo que debes sentir ahora, a todos nos pasa la primera vez. Pero, no te preocupes, desaparecerá en pocos días, horas tal vez, cuando empieces a trabajar y a gozártelo en grande. Amor, contrátalo, el chico me gusta. ¿Puedo darle la bienvenida en la prueba de cámara?

—Zorra. Siempre te gusta probarlos primero. No les dejas nada a las demás —dijo, dándole una palmada en el trasero y un beso en la boca.

—En un rato nos vemos, bombón—, la mujer me acarició la cara y salió de la habitación.

—Vístete muchacho, y acompáñame a terminar la escena, que estoy atrasado. Así aprovechas para ir conociendo tu nuevo trabajo. Si Julia y mi cámara te aprueban, empiezas hoy mismo muchacho, el negocio no da espera.

Volvimos a la sala. La pareja estaba de nuevo en el sillón y charlaban. El director llamó su atención con las palmas y ellos se pusieron “en posición”.

II

Llegué a mi casa a las tres de la mañana. A las cinco aún daba vueltas en la cama sin poder dormir. No podía creer el día que había tenido. Después de la humillación en mi antigua oficina, conocí a una actriz-prostituta y terminé en el sofá de una casa extraña, haciendo el amor con una desconocida.

Antes de salir de la casa, me enteré que había filmado mi primera escena con la esposa del director. Cuando otra de las chicas que merodeaba por la casa (parecía que no paraban de salir y entrar de las habitaciones mujeres espectaculares) me lo dijo, no me extrañó en absoluto. Mi capacidad de asombro estaba a punto de agotarse. O eso creí en ese momento, sin imaginarme lo que me esperaba en los siguientes meses.

Desde aquel día todo, desde la manera en que me sentía al levantarme o acostarme hasta la forma de ver la vida y a los que me rodeaban, fue diferente para mí. Al principio fui reacio a dar el teléfono de mi casa a esa gente, pero no tenía otra forma para que me contactaran; además me aseguraron que eran profesionales y que mi familia no se enteraría de nada “a menos de que alquilen una de tus películas”, dijeron.

Había varios estudios en la ciudad. Llamaban a mi casa y me daban una dirección y una clave que tenía que decir en la entrada. Cuando mis trabajos se hicieron más frecuentes, la clave se hizo innecesaria. Me pagaban al final de cada día de filmación, dependiendo del número de escenas. Al principio no gané mucho; el primer mes me llamaron apenas una vez por semana, pero el pago era suficiente para cubrir mis gastos más urgentes. Al principio me sentí muy mal, esperando que me llamaran para hacerle el amor a alguien y que luego me pagaran. No veía que diferencia había entre una puta y yo, pero después de tres mujeres espectaculares con las que trabaje, este pensamiento se desvaneció de mi cabeza, reemplazado por el placer que sacaba de todo el asunto.

El siguiente mes las llamadas se multiplicaron. Tanto fue así que tuve que decirle a mi madre que, cuando preguntaran por mi, dijera que me habían llamado más temprano de otra “sucursal”, para así no hacer pensar a los directores que había decidido dejar de trabajar. El dinero resultante del negocio empezó a abundar en mis bolsillos, pues me llamaban con frecuencia. Al parecer tenía un talento no muy común, que el buen ojo de los directores no tardó en descubrir. Resultó que yo podía hacerlo más veces al día y con más frecuencia que el promedio de los actores. Para mi era normal, nunca pensé que fuera algo extraordinario.

A pesar de tener relaciones casi a diario con toda clase de mujeres, al terminar las escenas mi trato con ellas no pasaba de un beso y un “hasta luego” o un “gracias” que yo respondía con una sonrisa y nada más. No se que más esperaban, siempre había sido así pero, al parecer, eso me hizo ganar fama de tímido entre mis compañeras, lo que sorprendentemente las atraía.

Aquel mundo era demasiado extraño, demasiado alejado del mundo real. Tenías sexo con dos o tres mujeres diferentes en el día, a veces con varias en la misma escena y todo terminaba allí. Parecía un sueño hecho realidad, pero una realidad distorsionada. Al principio sentí algo de vacío, pero el dinero y las charlas con mis compañeros lo hicieron desaparecer rápidamente. Creo que entonces empecé a entender a las prostitutas. Siempre me preguntaba cómo podrían hacerlo con alguien sólo por deseo, después de haberse acostado con cientos, tal vez miles en su vida. Ahora entiendo que debían tomarlo como un trabajo más, igual que yo. Una cosa es hacerlo y que te paguen por ello, y otra muy distinta hacerlo porque quieres. Y no estoy hablando de amor. Por otro lado, tenía una ventaja frente a la prostitución. Las mujeres escogidas para aparecer en cámara eran espectaculares. Sin embargo, durante varios meses no lo hice el amor ni una sola vez por deseo. Sólo por dinero.

Al final de una tarde de trabajo, una hermosa pelirroja con la que había trabajado unos momentos antes, se acercó y me preguntó si quería ir a su casa esa noche a oír música y tomar algunos tragos. Acepté sin dudar, pensando que sería la primera noche de verdadera intimidad en mucho tiempo, de algo más que sexo vacío. Me dio la dirección y un beso en la mejilla. Este gesto me causó gracia, después de lo que acabamos de hacer.

Al llegar, mis esperanzas de una noche romántica se esfumaron. La casa estaba llena de personas. No era una cita privada sino una gran reunión. Me había acostado con varias de las mujeres que estaban allí y apenas recordaba el nombre de una o dos. También había varios de los actores que había visto en los estudios de grabación.

—¡Vaya! Llegó el mudo. Quien te invitó. ¿Acaso lo hicieron por señas, amigo?

—Fui yo Raul, ya déjalo en paz—, y alguien tomó mi brazo de gancho. Era la pelirroja. Vestía una blusa muy escotada y un pantalón que se le pegaba al cuerpo como si lo hubieran pintado en él.

—Vamos al balcón. Aquí no hay nadie interesante —dijo señalando al que me había molestado con la cabeza, al tiempo que le guiñaba un ojo. El hombre se quedó serio un segundo mientras la miraba, pero luego se rió con fuerza y siguió hablando con otras dos mujeres.

Me dejé guiar por la mujer hasta un balcón desde donde se veía gran parte de la ciudad. Ella soltó mi brazo y se recostó en la baranda. Yo estaba parado a su lado y no sabía que decir. Me había acostado con ella unas horas antes, pero hacía meses no hablaba con una mujer por fuera del estudio. Al fin dije la primera tontería que se me vino a la cabeza.

—La ciudad se ve diferente.

Ella me miró extrañada, “¿diferente a qué?”

—Quiero decir. Después de saber todo lo que pasa ahí... lo que hacemos.

—¿Por qué? ¿Acaso te molesta hacerlo?

—Para nada. Al contrario, me gusta mucho, especialmente con alguien como tú.

Me miró y dijo con una sonrisa:

—Muchas gracias, pero no creo ser muy diferente a las demás.

En verdad no lo era. Había demasiadas mujeres hermosas en el negocio, pero al parecer el comentario le agradó, pues se acercó un poco más a mi brazo.

—Nunca había pensado en eso. En realidad no me parece algo tan especial. Es sólo un trabajo. Lo único que tienes que hacer es no pensarlo mucho, sólo disfrutarlo. Al final hasta se vuelve algo rutinario.

—Rutinario, pero muy agradable—, dije tomándola de la cintura. Ella me dejó hacer, inclusive cuando la acerqué más y le di un beso.

Fui el único que me quedé en su casa. Toda la noche “trabajamos” gratis. Era algo que yo necesitaba para recuperar la noción de la realidad, sin tener una cámara encima recordándome que la mujer de turno lo hacía por dinero, y sin importarle quién era yo. Por alguna razón que no entiendo, después de eso me pude relacionar mejor con los que trabajaba, como si una barrera se hubiera roto dentro de mi para dejarme entender que no eran más que colegas. También me sirvió para tomar la iniciativa con varias de mis compañeras y “trabajar” unas horas extra en sus casas. La línea entre la ficción y la realidad volvió a ser clara para mí.

A pesar de que tenía dinero, no podía ahorrar mucho pues le daba una gran parte a mi madre, que apenas recogía algunos pesos arreglando ropa. Mi padre había dejado muchas deudas al morir, y apenas podíamos cubrirlas. Unos años más y tal vez pudiera ahorrar algo, para cuando ya no tuviera el cuerpo para trabajar más en eso, porque me estaba gustando mucho y no me retiraría a voluntad.

Mi hermana también ayudaba a pagar las cuentas. Casi nunca la veía. Ni ella ni yo nos quedábamos mucho en la casa, pero de vez en cuando nos encontrábamos en las noches. Me dijo a que aún trabajaba de mesera, y que hacía unos meses había empezado a ir a la escuela nocturna para validar el bachillerato. Me alegré por ella. Estuve tan metido en mis asuntos que había dejado de pensar en mi hermanita. Igual, ella siempre había sido fuerte, yo sabía que los problemas económicos nunca la habían doblegado. A veces nos encontrábamos rebuscando la comida que mi mamá había preparado, pero ninguno de los dos hablaba mucho de sus cosas. Una vez me preguntó que hacía. Tuve que inventar que era mensajero y que también trabajaba en un bar en las noches. Traté de ser sutil al esquivar las preguntas sobre su ubicación. Tal vez ella se dio cuenta y, en las pocas veces que nos encontramos después, no volvió a mencionarlo.

III

Llegué bastante ofuscado a la dirección que me habían dictado en la mañana. Antes de salir había tenido una discusión con mi hermana. Ella estaba ocupando el teléfono a la hora en que solían llamarme; casi nunca estaba ahí a esa hora, por lo que no había tenido problemas. Anotó algo en su libreta y por fin colgó. Ni siquiera me prestó atención cuando descargue mi rabia sobre ella. Iba a seguirla a su habitación para seguir el reclamo cuando el teléfono sonó. Me dieron dos direcciones, una para ir en la mañana y otra para unas escenas en la tarde. Tendría mucho dinero en los bolsillos al final del día.

Llegué al primer sitio algo tarde, furioso, pero toda mi rabia desapareció al ver mi compañera de grabación.

—Hola precioso.

¡Era Pearl! Nunca me la había encontrado en el set. Me recordó al instante y se puso muy contenta cuando le conté que llevaba meses trabajando. Charlamos un rato pero el director de turno nos llamó a escena. Me excitó saber lo que venía, yo sabía que la había deseado desde el momento en que la vi en esa cafetería. Fueron escenas maravillosas y me esmeré en demostrarle todo mi agradecimiento, esforzándome en hacer un buen trabajo.

El trabajo se extendió tanto que, cuando terminamos, era más del medio día. Tenía que apresurarme para llegar a la segunda dirección que me habían dado. Le expliqué a Pearl la situación y le pedí su teléfono prometiéndole que, si ella lo deseaba, podríamos ensayar algunas escenas en su casa esa noche, ella rió y lo anotó en un papel que guardé con mucho cuidado.

Abordé un taxi para no llegar tarde. Unos minutos de más y alguien podía tomar mi lugar, lo que no podía permitir pues esa semana tenía que pagar la cuota del acuerdo de pagos que mi madre había firmado para evitar el embargo de la casa. Por fortuna mi hermana prometió dar la mitad.
Llegué justo a tiempo. Conocía al asistente de ese estudio de hace tiempo. Era el mismo que me había llamado esa mañana.

—Casi no llega estrella. Ya lo están esperando. Apúrele.

Leí rápidamente las pocas líneas que tenía que decir y escogí algo de ropa del vestuario que tenían en la casa. Me lo puse todo sin ropa interior, como siempre, y corrí a la sala de la casa, aún apuntándome el pantalón. Mi pareja estaba sentada en la cama. No podía verle la cara, pero de espalda parecía atractiva. Fumaba un cigarrillo y movía la pierna con impaciencia. ¡Que pena con ella hacerla esperar! El asistente se acercó a mi.

—Bueno, ¿listo? Andrea, llegó tu coestrella, ya te puedes calmar.

Se puso de pie con brusquedad.

—¡Ya era hora! Llevo más de cuarenta y cinco minutos aquí sentada y tengo muchas cosas que...

Dejó de hablar apenas me vio. Mi cabeza no podía entender lo que pasaba.

—¡Lo sabía, sabía que aquí había algo raro!—, dijo el asistente soltando una carcajada—. Ustedes se conocen ¿cierto? Cuando lo llamé a usted esta mañana, me di cuenta que era el mismo número que acababa de marcar. Me pareció rarísimo, pero no le dije nada para ver que pasaba. Anoche se quedaron juntos ¿no? Mejor, así tienen bien ensayadita la escena. Ja, ja...

Esto no me lo esperaba. Mi hermana dejó caer el cigarrillo, que se consumía con lentitud en la alfombra. No podíamos movernos, mirándonos fijamente a los ojos.

—Bueno, no parecen muy contentos. ¿Les fue mal anoche? No importa, tienen tiempo de reivindicarse ahora. Señor director, como está —dijo saludando a un hombre que entraba a la sala—. Sus estrellas están listas.

—Perfecto. Estaba temiendo que no llegaras. Ambos están muy bien recomendados y, al parecer nadie los había tenido juntos antes.

—Y ya se conocen, jefe. Esta escena saldrá perfecta.

La boca de mi hermana temblaba. Sabía que apretaba los dientes con fuerza cuando estaba nerviosa. No sentía las piernas, pero estábamos ahí, listos para trabajar. Yo sabía que los dos necesitábamos con desesperación el dinero. Nuestra madre lo necesitaba. Creo que ambos lo entendimos al tiempo, pues ella empezó a caminar hacía la puerta desde donde tenía que entrar a escena y yo me senté en la cama a esperarla, tal como el pequeño guión que había leído unos minutos antes indicaba. No teníamos otra opción que hacer la escena. Los dos sabíamos que no podíamos dejar a mi madre sin su casa o moriría de pena. Mi mente volaba de una cosa a otra cuando escuche el grito, ¡Acción! Ella caminó moviendo sus caderas con picardía, una sonrisa fingida en sus labios mientras decía su parlamento. Yo respondí como un autómata, sin entender las palabras que salían de mi boca. Otra frase de ella y de pronto se sentó en mis piernas. Una última mirada a sus ojos, brillantes por las lágrimas contenidas, antes de cerrarlos mientras nuestros labios se unían en un apasionado beso, cuidando que se viera realista ante las cámaras...
Salí corriendo tan pronto como pude. Cobré y apenas me despedí de los que se cruzaron en mi camino. Por fortuna no me encontré con ella. No podía enfrentarla en ese momento. Varias horas después, caminando por la ciudad, empecé a buscar alguna justificación a lo que había hecho. A lo que habíamos hecho. Pero, para mi sorpresa, mi forma de pensar había cambiado con aquel trabajo y no me fue difícil hallar las razones y, lo que era más extraño, no me parecían descabelladas. Era un trabajo como cualquier otro, necesitábamos el dinero, había que salvar la casa, era sólo un trabajo, no tenía nada de malo hacerlo por dinero, es sólo un trabajo, ella también estaba consiguiendo el dinero honradamente, en ese momento no teníamos otra opción, es sólo un trabajo... sólo un trabajo...

Horas después de mi salida del estudio, el dolor de pies era insoportable; había caminado todo el tiempo sin rumbo y, de un momento para otro y sin saber bien cómo, estaba enfrente de la puerta de mi casa. Estuve varios minutos allí, sin poder moverme, sin sentirme capaz de usar la llave, pero me rendí ante un hecho imposible de negar: no tenía otro sitio a donde ir. Por más que me hubiera acostado con muchas mujeres dentro y fuera del set, ninguna me abriría la puerta a esa hora. Después de todo, sólo eran compañeras del trabajo.

Entré sin hacer ruido. Al parecer mi madre dormía. Subí con cuidado las escaleras y crucé el corredor. La puerta de la habitación de mi hermana estaba entreabierta y no pude evitar la tentación de mirar hacia adentro. No sé que esperaba ver, pero no a ella. Sin embargo allí estaba, dormida. La cobija no la tapaba bien y podía ver parte de su pierna gracias a la tenue luz que entraba por la ventana. Recordé por un segundo mi mano rozando levemente su muslo con mis dedos, apretándolo fuerte un poco después, levantando la falda…

Corrí horrorizado hacia mi cuarto. Pero no porque recordara la escena que habíamos hecho, ni porque recordara con asco el haber hecho el amor con mi hermana, sino porque... la estaba deseando de nuevo. ¡Por Dios! era la mejor, la más excitante con quien lo había hecho delante o detrás de cámara. Mientras hacíamos la escena, por varios segundos olvide quién era ella, quien era la persona que me hacía el amor de aquella manera tan salvaje. Yo me esforcé para que saliera perfecto. Después de todo, ya me podía considerar un profesional en el negocio. Y ella no se había quedado atrás. ¿Cuanto tiempo llevaría trabajando? Tal vez más que yo.

Di vueltas en mi cama algo más de quince minutos sin poder dormir. Sentía un ardor en mi pecho que me ahogaba y que no pude soportar más. Salí al corredor, rumbo a su cuarto; cuando faltaban tres o cuatro metros para alcanzar su puerta, ésta se abrió totalmente. Era ella. Sólo tenía puesta la camiseta larga con el delfín pintado que usaba para dormir. Nos quedamos mirando fijamente, al igual que cuando nos vimos por primera vez en el estudio. El brillo de sus ojos fue suficiente para mí e hizo innecesarias las palabras. Me miró un segundo más y volvió a entrar en su cuarto, mientras yo la seguía y cerraba con seguro la puerta tras de mi.

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