viernes, 9 de junio de 2006

No era ella - Crónica

NO ERA ELLA
Néstor Pedraza

Ha sido un viaje en el tiempo, un desplazarse repentino hacia épocas dejadas atrás hace mucho, y que ahora me abrasan, yo cubierto de especias nativas y pizca de sal.

Los autos estacionados a lado y lado de las calles, convierten la recolección de basuras en una hazaña de Quijotes. Los separadores convertidos en estacionamientos, las calzadas hechas coladeras. La diferencia entre esta Cali ardiente y mi páramo bogotano, está en la semidesnudez omnipresente y voluptuosa de las mujeres de todos los estilos, de todas las edades, de todas las estéticas. En la agresividad de sus piernas de rana superdesarrollada, y en su mirada de rayos X capaz de contarle a uno los billetes antes de ver siquiera la billetera. La diferencia está, también, en este calor tan hijueputa, sol que aplasta con el mazo enorme de Thor crucificado y encarnado sobre los huesos de Ahrimán.

Una mañana, hará dos semanas ya, el cielo encapotado y gris me dio un nostálgico recuerdo de la Bogotá de antaño, esa que ya no se ve, de lloviznas incansables y ríos de paraguas negros. Subí al taxi pensando en lo difícil que resulta disfrazarse cada día con el traje de ente productivo de la sociedad. Mas mis pensamientos, que igual nunca conducen a la esperada y grata cita con el rifle, fueron cortados por la voz morbosa y punzante del locutor de la radio. "No era Ella", decía con neón colorido, y casi me hace dar risa el tono de su avivamiento.

El viaje hasta la oficina, aunque corto, fue suficiente para escuchar la historia, tan tropical como la forma en que fue narrada. No podría, pues, reproducir las palabras exactas de tan ilustres comunicadores, así que me limitaré a una pobre reproducción personal (por supuesto, las fechas y los nombres han sido cambiados, por seguridad de...., bueno, por pura, física y perra falta de memoria):

"Serían las seis de la mañana cuando Erminsul, joven de 22 años de edad, trabajador incansable y dedicado, salió de su casa el pasado 4 de Agosto. Todo indicaba que sería un lunes cualquiera, en el trasegar infatigable de este mensajero, eficiente y honrado. Nadie podía imaginar que en su interior se arremolinaba una bocanada volcánica de emociones y sinsabores. Su amada, Araminta, bella y dedicada mujer de 28 años, venía reclamándole la falta de dinero, la falta de espacio, la falta, en últimas, de emoción, de variedad sexual, de conmiseración con el prójimo hambriento. Y él, prisionero de un amor llameante como el infierno mismo, se bañaba en los ácidos de la angustia y naufragaba, hundiéndose en el fango apestoso de la desesperación. Su inseguridad de gusano en baile de gallinas estalló también, acrecentándosele en reveladoras noches de insomnio sudoroso, y en pesadillas de bacanales sabáticas, donde su adorada compañera de cama era el centro de inacabables ritos de fertilidad, única sacrificada a los dioses en medio de hordas de negros enormes."

El conductor me observaba por el espejo retrovisor, buscando la risa cómplice. Yo veía por la ventanilla el rápido paso de las malezas.

"Araminta era una mujer espectacular. Su físico atraía a los hombres como el fuego de los candelabros a las polillas, y Erminsul lo sabía. Sufría lo indecible, imaginándola en brazos del tendero, montada a horcajadas sobre el vecino, tendida exhausta sobre los cuerpos exprimidos de sus tres primos. Cansado, insomne, delirante, llegó el lunes en la tarde a casa, y encontró a su concubina preparando las maletas. Ella no soportaba más las desatenciones, la falta de joyas y de viajes a Maicao, la ausencia de buen vodka en la nevera y los mismos chiros de hacía tres meses. No había abandonado el lenocinio para pasar tragos amargos de güisqui barato, y ya tenía un futuro asegurado en tierras asiáticas. Erminsul se hinchó en vapores que destrozaron sus ropas, y se lanzó sobre el cuerpo apetecible y jugoso de Araminta, destrozándolo sin un tris de consideración con el resto del género masculino. Luego, con los ojos inyectados en ácidos alucinógenos, encendió un fuego que se vio igual desde Pance, Juanchito, Palmira y el nuevo Batallón de Alta Montaña. Mientras lo poco que le había ofrecido a la mujer de sus desafueros se purificaba, colgó del cuello su cuerpo, atándolo a una viga con el cinturón."

El taxi volteó, y alcancé a pensar que no sería justo perderme el final de tan florida narración. Por fortuna, el desenlace llegó mientras hurgaba en mis bolsillos en fiera cacería:

"Qué terrible historia la que nos recibe este comienzo de semana. Un peso enorme debía llevar Erminsul sobre sus espaldas, para decidir convertirlo en humo y así aligerarlo. Pero aquí no para la historia. La rápida acción de los vecinos, sofocó con prontitud las llamas y permitió a las autoridades recuperar los cadáveres, casi intactos entre las cenizas. Los agentes del orden quizás se ensañaron un poco con el cuerpo de Erminsul, inflamados de odio al ver las cualidades irrecuperables de su víctima. Y no fue hasta llegar a la Fiscalía, que se descubrió lo que veníamos anunciando desde un comienzo: No era Ella, era Él. Araminta, fogosa mujer cuyas caderas perturbaban hasta al mismo San Emerdógenes, de senos como viñedos donde Baco fabricaba todos sus elíxires, y sexo tan caliente que Belcebú tenía allí su finca de recreo, era hombre. Identificada como Diógenes Patroclo, la mujer que arrebató a Erminsul la cordura y el sueño, había nacido con antena. La pregunta que nos aqueja ahora es clara. ¿Conocía Erminsul el terrible secreto de su amante?"

Bajé del taxi cuando comenzaba lo bueno, comentarios llenos de fineza autóctona, frases barrocas llenas de imágenes evocadoras de la época de la Ilustración, y mareajes de vocablos acuñados al calor de siglos de evolución del lenguaje. Y por un instante, creí que había soñado que había vivido en otro tiempo, en un futuro de matrimonios gay y Madonnas en juegos linguales con Britneys y Cristinas. Un tiempo donde, quizás, el sexo de Araminta habría sido apenas un dato más en su registro de defunción, y la verdadera cuestión habría estado en cómo es que en un crimen pasional, de asesinato y suicidio, vienen las llamas a tratar de borrar las evidencias. ¿Necesitaremos a Poirot, o a Holmes?

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