martes, 23 de mayo de 2006

Vampiros al Sol - Relatos de Vampiros

VAMPIROS AL SOL
Carlos Alberto Zea

Después de todo, la oscuridad fue cediendo y se instalo el amanecer. En realidad la luz no le hacía daño. Pero a causa de su real convicción frente a la lealtad de las tradiciones, salir a la calle en el día, equivaldría a que un esquimal le diese por dormir en hamaca: Intolerable. Así que se metió a su nuevo sarcófago, el último de sus diseños, en donde además de descansar el sueño, escuchaba black metal y leía a borbotones, mientras veía de reojo en la tele, History channel, su canal preferido, pues guardaba la esperanza de ver un documental de su aristocrática familia.
La inmortal vida que merecía no había sido alterada durante siglos. Si bien su rutina y oficios habían variado a lo largo de su existencia, de acuerdo a sus múltiples personalidades: Conde en Transilvania, anticuario en Londres, hacendado en Brasil, nunca se había sentido más a gusto que hoy, siendo el joven metalero, vocalista de una banda bogotana, líder de sus amigos, a los que ya había iniciado es sus lecturas, y flamante propietario de una funeraria.

Esa mañana su empleado no llego, y fue tanta la insistencia en el timbre, que decidió dejar su aposento, empijyamarse y salir a ver quien era. Entonces la vio. Pero no pudo descifrar el recuerdo que guardaba aquel rostro que desde el primer momento impactaba al dejar la ausencia de su recuerdo, razón por la cual verla de nuevo siempre sería algo único.

Venía, claro, por un servicio. Su tío abuelo había sido encontrado, después de ocho días de desaparecido, muerto en una carretera aledaña a algún lado. El caso es que estaba descompuesto y había que enterrarlo cuanto antes. Intento en otros sitios, sin suerte, e insistió en el suyo porque fue el único que le pareció habitable. Todo eso lo supo después, en uno de los tantos paseos diurnos que le concedió, porque en aquel momento las lágrimas no daban tregua y las palabras eran inaudibles. La consoló primero, y luego atendió el funeral. Cuando llego su empleado, lo dejo a cargo y se retiro a dormir. En la noche al ir atravesando el corredor, cerca de la sala de velación, se encontraron. Ella lo recorrió desde los pies, y él no paso de su cuello como no fuera para ver su rostro con el fin de olvidarla otra vez.

Caserías nocturnas de transeúntes desprevenidos y toques en bares melancólicos se sucedían dentro de lo cotidiano, hasta la madrugada en que encontró la nota de su empleado, anunciándole que la extraña chica del otro día había vuelto a buscarlo. La cito en la noche. No había clientes. Las salas vacías semejaban fiestas sin agasajados; recintos olvidados de todo dolor. A ella no le fue difícil precisarlo. Disculpo su verdadera intención con un papeleo innecesario para una inexistente herencia. Después de firmar y sellar el documento que ella metió doblado en su cartera, la invito a recorrer su casa, su verdadero hogar y detrás de salas y oficinas se abrieron ante sus ojos espacios sofisticados, amoblados con gusto, no obstante el tono mate en el color. Insistió en conocer su alcoba y él la llevo a su lecho y se sorprendió al no verla aterrorizada como ya la creía. Y es que ella no era otra que una más de los místicos seres incisivos y alados de todos los siglos. Fue allí cuando la recordó en el velorio, dándole la espalda para volver al lado de dolientes que aunque vestidos de negro para la ocasión, daban el aspecto de cierto estado natural.

Ella sí estaba a la vanguardia. Poco a poco, pacientemente, a medida que el amor avanzaba, fue sacándolo de las sombras, para llevarlo a espacios iluminados, haciendo énfasis en que no había nada de malo en ir a la par con los cambios de tiempos y aprovecharse de ellos mismos con el fin de vivir mejor una vida al día que a nadie le hacia mal. Compartieron música, lectura y alimento. Así que creyó necesario iniciarlo en algo más efectivo y seguro que ir sorprendiendo victimas en las noches, haciéndole conocer de ante mano las reciente tragedia de Nosferatu, que le leyó de la Gambaro.

Se trataba de lanzar el anzuelo mediante anuncios en Internet convocando a talleres imposibles para incautos en bibliotecas públicas, en donde empezaban las sesiones haciendo repaso de su propia historia a través de ochenta años de literatura; en un salto tan fácil como el que se da de los Cárpatos a Londres, de allí al brasil y luego a Bogotá. Fue en donde los conocí. El vestía de negro en toda su altura, mirando detrás de lentes oscuros porque todavía no se acostumbraba a la luz, dejando ver las uñas pintadas del mismo color, cada vez que sacaba una pequeña botella de su bolsillo trasero, apurando un trago entre episodio e historia, con la sangre de su última victima. Por primera vez la vi. A sus pies, celebrando la dicha de la nueva existencia, brindando del mismo néctar, dejándome ver aquel rostro y su insistencia de olvido, invitándome por siempre a ser el más fiel de sus discípulos.

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