lunes, 5 de junio de 2006

Qué Sacrificio Llegar hasta Acá - Relatos Eróticos

¡QUE SACRIFICIO LLEGAR HASTA ACÁ!
Juan Carlos Rondón

Qué sacrifico llegar hasta acá. Abrir la puerta de mi cuarto sin que suene el menor ruido y después la de la terraza. Salir y caminar mucho más suave para no alarmar a los perros de los vecinos y en cuanto se encuentra la pared, de un brinco colgarme de aquel tubo fiel a mi peso para poder pasarla.

Eso era la parte más difícil, ahora bien, sabía que la luz de ella estaba prendida. Lo había visto con anterioridad, sólo era cuestión de acercase un poco al punto en que su habitación quedara al lado mío y así divisar por una pequeña ranura todo su cuarto. Claro, yo me las arregle para que este agujero fuera solamente mío, cuando por casualidades de la vida le piden un favor al vecino. Ahora dirán: ¿Tanto tramo para qué? Pues después de tal sacrificio, la gloria. Hoy tenía compañía. No estaba sola como muchas veces lo estaba. Él era más joven que ella aunque mucho más grande, además sabía lo que tenía que hacer por la forma como la miraba.

Ella se sentó en su cama, mirándolo con picardía, mientras él con unos movimientos insinuantes desabrochaba su camisa. Movía sus piernas abriéndolas y cerrándolas, igual que esas cantinas del viejo oeste con sus puertas de vaivén, que invitan a entrar y perderse en su interior.

Sus medias veladas comenzaron a bajar por sus colosales piernas. Su negra falda se subió hasta dejar ver sus bragas mientras él, cual gran cañón, empezaba a posar su gran miembro ante la mirada deseosa de ella. La blusa quedó en el suelo y su lencería estaba ante él y ante mí.

Como era de esperar, los dos en gestos de asombro y admiración contemplamos su hermoso cuerpo canela. De pronto, en un movimiento voraz, ella trae a nuestro amigo con sus manos hasta su ser. Baja de un sopetón sus interiores y se lleva el crecido cañón a su boca. El gesto de satisfacción de él me lo simplifica todo. Cual serpiente se engulló este pedazo de carne de un solo bocado, sin embargo no lo traga. Con su boca lo chupaba con tal satisfacción que pareciera que no lo quisiera soltar nunca. Luego lo lame con suavidad disfrutando cada parte erguida de su miembro y en eso, ella envía su mano hasta su ombligo y desde ahí empieza a deslizarla hasta pasar por debajo de sus preciosos calzones negros, acariciando su vagina con sus dedos afanosamente.

El calor se siente dentro y fuera del cuarto. Ella baja sus bragas y se tiende en su cama. Él rápidamente se incorpora después de tan agradable experiencia. Un poco atónito claro, pero sabe que ahora le toca a ella.

Coge su miembro con sus manos y lo dirige en el sentido de aquella cavidad tan anhelada, pero él no lo introduce como sus sentidos se lo indican. Se lo pasa por todo su cuerpo desnudo, como si quisiera que cada parte de ella lo deseara intensamente, a lo que en un par de segundos ella le empieza a clamar:

—Ya, ya, ya, no juegues tanto y métemelo ya, lo quiero sentir ya, métemelo ya, ya…

Qué buena reacción, pienso yo, dejar a esta mujer en el punto en que desea su pene con todas las fuerzas que tiene en ese momento; pero nuestro amigo se para frente de ella y le dice:
—Está bien, pero creo que hoy no será, otro día.

"¡Cómo!", pienso. "Qué acababa de hacer este idiota, no lo puedo creer", y lo peor es que ella tampoco.

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