lunes, 5 de junio de 2006

El café no sabe igual - Relatos Eróticos

EL CAFÉ NO SABE IGUAL
Néstor Pedraza

—Ahora sí, cuéntame —me soltó poniendo dos cafés sobre la mesa y sentándose a mi lado. —¿Están embarazadas?

Después de dos meses explorando las frías y áridas tundras de la masculinidad potencialmente donante, todas nuestras amigas estaban pendientes del resultado. No se hablaba de otra cosa.

—No sabemos, Chana apenas se hará la prueba mañana. —Jenny se mordió el labio, quería detalles. —La cosa fue simple: el único que se prestó para hacerlo con un frasco y llevar su esperma a la clínica, dio casi nulo en el conteo de bichitos. Nunca imaginamos que conseguir unos mililitros de leche con renacuajos sería tan complicado.

Jenny no se conformaba. Quería que le pintara el plano quirúrgico de la noche en que Chana y yo nos decidimos a llegar hasta el fondo último de nuestros esfuerzos por lograr lo que buscábamos. A Ubaldo lo sacamos de una galería de arte donde hacía su segunda exposición, primer punto a favor. Alto, blanco, ojos claros. Deportista, saludable, que ni pintado. Y con dos hijos no reconocidos, ideal.

—Está bien —, dije por fin, irritada. —El amiguito erecto resultó tan grande y potente como cualquier profesional de cine porno. Se suponía que se lo haría a Chana mientras ella me lo hacía a mí, sería cosa de quince minutos.

Pensábamos que había sido fácil convencerlo de pasarla rico con dos bellas mujeres, sin condón, con el cuento de que queríamos saber cómo era ese asunto. Él pudo revisar nuestros exámenes médicos y certificar con amigos la estabilidad de nuestra relación monogámica, pero rehusó ese derecho. Fuimos ingenuas, él se cobró el favor dándole a Chana como a rata durante más de dos horas. Incluso, en un momento en que yo la abrazaba y la besaba para hacerle más soportable la tortura, el maldito se atrevió a clavarme como a toro de lidia.

Para mí, no hay nada más hermoso que sentir los pechos de Chana contra los míos, sus pezones duros electrizan mi piel, me hacen sentir que perforan mi pecho hasta el corazón, hasta conectarnos ambas en un mismo latir espiritual, me llenan… Entonces, estoy con Chana encima, apretada a ella, abrigada con su piel de niña aristócrata, y este malparido me atraviesa a lo cerdo. Sentí que tenía una varilla caliente que me perforaba hasta la garganta, una estocada profunda en mi vientre que me hizo soltar un chillido. Sentí la estocada dos veces más, a fondo, como abriendo mis vísceras para extraerlas con un gancho, antes de librarme del abrazo constrictor de Chana y sacármelo de un salto. Lo grité, lo putié, pero Chana me besó con ternura. “Acabemos con esto, que sea un solo tirón”.

Para calmarme, Chana me acomodó en el sillón, y arrodillada con Ubaldo aferrado a sus caderas, le dio a mi clítoris una de las mejores terapias linguales que recuerdo. Por supuesto, esos detalles me los reservé, Jenny no tenía por qué llegar a la visualización nítida de nuestros cuerpos mancillados por ese infame lleno de tatuajes, ni evocar el olor de nuestros sudores y nuestras salivas entremezclados.

—Se pasó de bestia —le dije, —se comportó a la altura de cualquier puto hombre. Sólo esperamos que haya servido para lo único que podía sernos útil.

Jenny adivina cosas en mis pupilas, quiere surfear por mis recuerdos. Imagina incertidumbres, rencores. Apuro mi café en silencio, intento borrar las imágenes de mi cabeza; ojalá pudiera restregar esa parte de mi cerebro con cepillo y jabón, y dejar atrás esa expresión en el rostro de Chana.

Yo mordía mis dedos y labios, mientras ella mordisqueaba entre mis piernas y entraba en mi con su lengua portentosa, aferrados sus dedos a mis muslos. De repente abandonó su labor, y yo seguí con mis dedos, ya a punto de explotar. Entonces la sentí, apretando mis muslos hasta casi hacerlos sangrar con sus uñas, y golpeando mi ingle con su frente en un furioso frenesí rítmico. Abrí los ojos y la vi, con los párpados muy apretados, destrozándose el labio inferior con los dientes, conteniendo la respiración sin emitir sonido. Luego comenzaron los gemidos, guturales, fuertes, al mismo ritmo de un palmoteo que venía de detrás suyo. Al fin reaccioné: me levanté de un salto, estrellando sin querer a Chana contra el sillón, y me lancé contra Ubaldo. El maldito que penetraba en el más oscuro rincón del cuerpo de Chana, dándole ocasionales nalgadas que le tenían enrojecida la piel, se echó para atrás y agarrándome del pelo, facilitado por la energía de mi propio salto, me empujó hacia abajo y me lanzó su chorro contra el rostro.

Me limpié con asco, lo miré con odio, lo golpeé. “Tranquila”, me dijo el hijo de perra con una sonrisa. “Lo que querían, ya está hecho", y comenzó a vestirse como si nada. "Me he venido tres veces, en el coño y en el culo de tu amiguita. Y esta te la ganaste tu todita. Sólo me estaba divirtiendo un poco después de completar mi trabajo.”

—Gracias —le digo a Jenny, levantándome. —Tengo una reunión del consejo de edición. Luego te cuento cómo salió la prueba de Chana.

Salgo, camino hasta la esquina y allí quedo paralizada unos minutos. Recuerdo la expresión en el rostro de Chana. Tres años juntas y nunca le había conocido una expresión similar. Mis ojos se bañan en lágrimas mientras pienso que ya no se si quiero que esté embarazada. Recuerdo la profundidad de sus gemidos, pero sobre todo, su silencio frente al ataque del que estaba siendo víctima. Quizás sea sencillo ver el rostro del bebé y no relacionarlo con la verga de Ubaldo escupiéndome en la cara. Lo que no será sencillo, será volver a ver a Chana a los ojos con la misma mirada libre de dudas que ella me conoce tan bien.

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