jueves, 22 de junio de 2006

Cuatro Pececitos en su Alberca - Minificciones

CUATRO PECECITOS EN SU ALBERCA
Néstor Pedraza

Hoy día no son frecuentes las orgías en casa de Villaveces, esas reuniones ruidosas de tres y cuatro días de farra sin quiebres ni desteñimientos, en las que todos los gustos son saciados una y otra vez.

Pero hubo una época en que ya nadie se agotaba marcando el número de la policía para protestar por el escándalo de gemidos, aullidos, alaridos, música, cosas rotas y demás. Con periodicidad infalible se pagaban los sobornos y las cuentas de los proveedores, los sueldos de los sirvientes y de las sometidoras, la discreción de los enterradores y de los traficantes de fetos, las comisiones de los proxenetas, los viáticos de los capturadores de talentos y el vestuario de los platos fuertes. Todos contentos, menos los vecinos.

Antes era la paz y la quietud. En la mansión blanca vivían una vieja victoriana y su hija viste santos. Su placidez fue buena señal para todo el barrio, hasta que a las dos mujeres se les ocurrió publicitar su blanca existencia apareciendo hinchadas como flotadores en la piscina de atrás. Fue así como Villaveces llegó para ungir a la comunidad entera con el óleo de su desfachatez. Y el dinero comenzó a tintinear en fuentes cada vez más elaboradas y luminosas.

En los últimos tiempos, el negocio se ha vuelto flojo. La moda ha impuesto los safaris arriesgados, la adrenalina generada en aventuras extremas. Villaveces, siempre en la jugada, ha comenzado a diversificar, y ofrece el tour completo por los cordones de miseria alrededor de la ciudad. Ahora el cliente desea buscar su presa, cazarla él mismo, satisfacerse in situ, arriesgar el pellejo en el proceso de capturar y gozar los especimenes que antes eran servidos a su mesa. Sin embargo, aún hay quienes prefieren la comodidad de la mansión, ya sea por evitar el riesgo, o porque en las calles no van a encontrar sus preferencias. Por ello, todavía se puede escuchar el ruidaje de vez en cuando.

La historia de Villaveces es el clásico ejemplo del empresario que en medio de la nada sopló y formó una montaña de billetes. No lo ayudó mucho su pasado de bribón callejero y su afición por el polvo blanco. Lo que sí lo ayudó, fue su desprecio patológico por todo contacto con fluidos corporales humanos. La completa aversión contra lo que sus clientes buscaban con desenfreno, le permitió mantenerse al frente de toda la operación, sin que se le escapara detalle, y sin que el furor al que servía con tanto empeño pudiera absorberlo. Cabe entonces imaginar que la sorpresa se escuchó resonar en do mayor, cuando Villaveces se dio a la fuga del brazo de una amante clandestina, una antigua drag queen recién operada que, según se decía, tenía en lo coprológico una fijación extrema.

Villaveces nunca volvió a aparecer. En esta noche sin luna, se alcanzan a escuchar los gritos bajo el chorro candente de una zamba brasilera que retumba por todo el barrio. Todos esperábamos que con la desaparición de Villaveces, se daría fin a la tortura. Llamaríamos al barrio El Remanso. Pintaríamos las casas todas de blanco. Pero cuando los peces se quedan flotando, desde arriba no vemos que debajo hay otros que los están picando.

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