lunes, 5 de junio de 2006

Sueños Húmedos - Relatos Eróticos

SUEÑOS HUMEDOS
Ivonne Rodríguez

Decidió una noche, mientras recordaba a Helena, que comenzaba a amarla. En el vidrio humedo, a través de la noche, se reflejaba su figura desnuda dispuesta a ir a la cama. Su mirada atrapada en la noche, sus pensamientos encerrados en Helena, sus manos dibujando su cuerpo, su expresión poco a poco más turbia. La ventana daba a la noche, a la ciudad, tal vez a la nada o a algún observador, eso no importaba. Sus pensamientos cada vez la acercan más a ella. Es tan bella, piensa, mientras sus manos rodean sus pezones. Sus ojos negros, su cabello largo y lo tierno de sus palabras. Si, definitivamente era ella el amor que habia buscado, el amor más esperado. Por fin lo habia encontrado.

El incieso hacía que su respiración fuera profunda, mas el temblor que poco a poco atrapaba su cuerpo le erizaba la piel, le calentaba las manos mientras su vagina se encendía, más húmeda, más ardiente. Se tiró a la cama, ahora su sombra se proyectaba al techo a razón de las velas que había dispuesto. Todo era un ritual sin serlo. Era la primera vez que se descubría amándola, amando a una mujer con la sensualidad expuesta, con la definición de su figura en sus pensamientos. Todo era ella, una mujer hermosa, encendida de pasión. Ya no importaban sus pensamientos que moribundos reclamaban lo extraño de esta pasión. Todo se sofocaba en lo caliente, en lo húmedo, en lo exótico, en la experiencia nunca antes vivida y por primera vez permitida. El contacto con la colcha de lana fina exitó aún más su piel. Ahora sus manos recorrian con suavidad su dorso, mientras su boca reseca pasaba saliba refrescando su infierno. Su mano ahora jugaba con su bello haciendo círculos en espiral. Su cuerpo temblaba de deseo. Lamió su mano, la llenó de saliva y con ella dibujó su clitoris. Ella sí sabía cómo hacerlo. Su dedo entró lentamente y pensaba que esa misma sensación de carnes cálidas, de masajes intesos, era lo que a los hombres enloquecía. Pero hoy era ella. Sólo ella consigo misma, imaginando cómo sería ser amada de ésta forma. Sin darse cuenta comenzó a revolcarse en la cama. Su mente volaba mientras su cuerpo gravitaba. Cada vez con más fuerza, cada vez con más sutileza. Una fuerte vibración que iniciaba en su vagina y recorría su pecho hasta el cuello, la enloquecía. Dio bruscamente media vuelta y quedó boca abajo. Se arrastraba sobre la colcha, arrugándola haciendo bultos que la exitaban, que la encoquecían. Buscó de nuevo sus dedos. Ahora serían dos los que entrarían a su vagina. Ahora la sensación sería mas fuerte. Mientras tanto, su otra mano recorría su cabello, su boca, su senos, su pezones. Su cara rosada, plena, su expresión pícara se descubría a si misma. Había llegado al clímax pero quería más.

Cuando por fin abrió los ojos, allí estaba Helena, temblando desnuda. Helena, Helena, repitió en silencio, mientras su lengua penetraba en su boca, mientras sus manos rodearon su cuerpo, mientras sus dedos entraron al cuerpo ajeno, al cuerpo amado. Helena era ahora quien jadeaba. Se abrazaron, se besaron locas de pasión, se lamieron, sus lenguas penetraron en sus vaginas, el temblor ahora era uno solo en sus cuerpos. No sabían si gritar, si lamer, si acariciar, si sentir lo húmedo, cálido y complaciente de sus dedos en sus vaginas, o tan siquiera disfrutar estupefactas ante tantas sensanciones desbordadas. Helena la miró con su característica dulzura, como siempre la recordaba. Su expresión confusa, su respiración entrecortada, su ojos con lágrimas pero radiantes, su piel desnuda. Así comprendió que no seria la misma. Tuvo temor, pero la sensación intensa dibujaba nuevamente en su mente a su amada Helena. El silencio, su compañía. Su sombra el único testigo. La luz de las velas, su unica verdad, todo el resto era imposible de comprender, de entender.

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