domingo, 31 de diciembre de 2006

El Llamado a Los Rechazados

LAS FILIGRANAS DE PERDER
(MOVIMIENTO LITERARIO INDEPENDIENTE)

inició actividades en 2006 con el diseño y desarrollo de un taller literario, desarrollado de forma itinerante durante 9 sábados consecutivos. Este taller, que no tuvo costo para sus participantes, y que fue llevado a cabo por Alex Acevedo, Carlos Ayala y Néstor Pedraza sin contar con apoyo ni financiación algunos y sin tener un céntimo encima, resultó ser un éxito contra todo pronóstico, y gracias a ello, el Movimiento tomó fuerza y se continuó con el desarrollo de actividades y proyectos (para obtener información sobre nuevos proyectos y actividades, visite el blog de Las Filigranas de Perder).

Este taller fue denominado EN LA INMUNDA pues nació de la idea de convocar a todos los escritores rechazados de Bogotá, a todos aquellos que no escriben o escriben sólo para sí mismos, pues temen la crítica y el rechazo, o están cansados de fracasar en las editoriales y en los concursos.

Con la idea no de adoctrinar ni de conformar una "fábrica de escritores", sino de abrir un espacio de encuentro entre amantes de las letras, con el fin de animarnos unos a otros a continuar escribiendo, logramos consolidar el trabajo de todos los participantes en el taller en textos de buena calidad que se encuentran en su totalidad publicados en este Blog.

A partir de este taller, Las Filigranas de Perder ha venido trabajando con el objeto de recuperar la voz de los escritores que han silenciado su pluma, de rescatar el arte de escribir por amor a las letras y no por la mera búsqueda de reconocimiento y dinero, y de conformar una escuela de creación colectiva en literatura.

En este blog encontrarán cuentos de vampiros, eróticos, cyberpunk, crónicas y minificciones. Esperamos que disfruten su lectura.

Invitamos también a leer en nuestro Blog principal sobre el escritor y el rechazo.

jueves, 13 de julio de 2006

Taller de Ensayo y Cuento "En la Inmunda" : Así fue nuestra programación

El taller "En la Inmunda" ha terminado. Como recuerdo de las actividades que llevamos a cabo, dejamos el registro actualizado de lo que fue la programación del taller.


TALLER DE ENSAYO Y CUENTO "EN LA INMUNDA"
PROGRAMACIÓN 2006

Sábado 13 de mayo: Literatura Vampírica.
"Precedentes Literarios y Orígenes Históricos de Drácula", un viaje por la historia de Rumania, la vida de Bram Stocker, y los textos clásicos más importantes de la literatura relacionada con los vampiros, por Néstor Pedraza.
Lectura de "Nosferatu", de Griselda Gambaro.
Lugar: Biblioteca Virgilio Barco, Av. Carrera 48 #61–50.

Sábado 20 de mayo: Movimiento Cyberpunk.
"Las Posibilidades Extáticas del Futuro Estático", un recorrido por los orígenes y los postulados del movimiento literario contracultural de la década de 1980, por Carlos Ayala.
Lectura y análisis de “El Mercado de Invierno”, de William Gibson.
Lectura de los cuentos de los talleristas que respondieron al reto "Villa Diodati".
Lugar: Biblioteca Virgilio Barco, Av. Carrera 48 #61–50.

Sábado 27 de mayo: Porno y representaciones grotescas.
"La Ruina de la Literatura Erótica vs. El Cine Porno", un breve recorrido histórico en busca del significado y la trascendencia del arte erótico, por Alex Acevedo.
Lectura de “Vida y Muerte de Cuatro Camarones”, ensayo de Alex Acevedo sobre la vida de cuatro figuras emblemáticas del cine porno norteamericano.
Lectura de “El Ojo del Gato” de Georges Bataille.
Proyección de la película “9 Songs” del director Michael Winterbottom, con comentarios del crítico de cine Augusto Bernal.
Lectura de cuentos cyberpunk enviados por los talleristas.
Lugar: Escuela de Cine Black María, Carrera 18 #82-23.

Sábado 3 de junio: Literatura Crónica.
Charla sobre periodismo narrativo a cargo de nuestro invitado especial Alberto Salcedo Ramos, ganador del Premio de Periodismo Rey de España (1998) y de tres Premios Nacionales de Periodismo Simón Bolívar.
Lectura de "La Palabra de Juan Sierra", crónica de Alberto Salcedo Ramos.
Lectura de “La Ventana Indiscreta”, crónica de Néstor Pedraza.
Lectura de relatos eróticos de los talleristas.
Lugar: Ciudad Invisible Libro-Café, Carrera 4A #26-12, Barrio Macarena.

Sábado 10 de junio: Drogas y estados alterados de la mente.
Lectura de “Eurotrash”, relato de Irvine Welsh.
Charla colectiva a partir de la investigación de los talleristas sobre drogas y literatura, coordinada por Carlos Ayala.
Lectura de las crónicas periodísticas enviadas por los talleristas.
Lugar: Biblioteca Luís Ángel Arango, Calle 11 #4-14.

Sábado 17 de junio: Minificciones.
Charla sobre minificciones por Alex Acevedo.
Lectura de “Homenaje a Otto Weininger” de Juan José Arreola,
“Teoría de Dulcinea” de Juan José Arreola,
“Vaca” de Augusto Monterroso,
“Amor” de Hector Oesterheld,
“Hegel y los Buhos” de Alberto Barrera,
“El Dios de las Moscas”, de Marco Denevi.
Cada tallerista presenta su respectiva mini.
Lugar: Biblioteca Luís Ángel Arango, Calle 11 #4-14.

Sábado 24 de junio: El Juego y la Literatura.
"Relaciones entre la literatura y los videojuegos", charla del invitado especial César Sánchez, adicto a los videojuegos.
"El juego como arte y la literatura como juego", por Néstor Pedraza.
Lectura de “Final del Juego”, de Julio Cortázar.
Lectura de un cuento de los talleristas.
Lugar: Scroll, Carrera 33 #96-51, Barrio La Castellana

Sábado 1 de julio: Fuera del lugar.
Ensayo sobre la vida y obra de Raúl Gómez Jattin, por Carlos Ayala.
Lectura de “Exactamente no fue Bernadette", de Charles Bukowski.
Lecturas de textos de Jattin y de cuentos de los talleristas sobre la locura.
Lugar: Biblioteca Luís Ángel Arango, Calle 11 #4-14.

Sábado 8 de julio: Creación Colectiva.
Ensayo colectivo sobre creación colectiva a cargo de los orientadores Alex Acevedo, Carlos Ayala y Néstor Pedraza.
Lectura de cuentos colectivos de los talleristas.
"Producción del Vino", charla de nuestra invitada especial Lilian Alvarado, experta en el tema.
Gran Clausura del Taller, lubricada con vino de coca, cortesía de Casa de Los Vinos, Carrera 105 #20B-24, Fontibón.
Lugar: Monserrate, cancha de minitejo a unos dos minutos subiendo por el camino de los peregrinos.

Gran Clausura del Taller "En la Inmunda"

Este sábado 8 de julio vivimos una extraordinaria experiencia en la clausura de nuestro taller de ensayo y cuento. En el marco del cerro de Monserrate, en una cancha de minitejo, con deliciosa chicha, cerveza, y vino de coca, compartimos la experiencia de creación colectiva de los orientadores del taller, y las experiencias durante el taller de los asistentes a la clausura.

Queremos agradecer a todos los talleristas que dedicaron su tiempo y esfuerzo a desarrollar con nosotros este taller. También queremos agradecer a todas las personas que no pudieron asistir al taller, pero que nos enviaron sus textos y sus correos animándonos a continuar adelante. Por supuesto, agradecemos a Casa de los Vinos (Carrera 105 #20B-24, Fontibón, teléfono 486-0669) que hayan patrocinado nuestra clausura con su nuevo e interesante producto, el vino de coca, producido y envasado por ellos en contrato de maquila con los indígenas del Resguardo Indígena de Calderas del Valle del Cauca.

Agradecemos también a todas las personas e instituciones que apoyaron de una u otra forma el desarrollo de nuestro taller:
  • Augusto Bernal Jiménez, Director de la Corporación para las Artes Audiovisuales Black María.
  • Alberto Salcedo Ramos, comunicador barranquillero ganador del Premio de Periodismo Rey de España en 1998, y de tres Premios Nacionales de Periodismo Simón Bolívar.
  • Isaías Peña Gutiérrez, Director del Departamento de Humanidades y Letras de la Universidad Central.
  • Oscar Godoy Barbosa, Coordinador Académico del Departamento de Humanidades y Letras de la Universidad Central.
  • Maximino Alvarado, Gerente de Casa de los Vinos.
  • Natalia Camargo, de Ciudad Invisible.
  • Alejandro Bernal, de Scroll.
  • Escuela de Cine Black María, Carrera 18 #82-23.
  • Ciudad Invisible Libro-Café, Carrera 4A #26-12, barrio Macarena.
  • Scroll, Carrera 33 #96-51, barrio La Castellana.

Agradecemos también el haber tenido la posibilidad de utilizar los siguientes espacios para nuestro taller:

  • Biblioteca Virgilio Barco, Av Carrera 48 #61–50
  • Biblioteca Luis Angel Arango, Calle 11 #4-14.
  • Cancha de Minitejo, a dos minutos de subida por las escaleras hacia el santuario de Monserrate.

Y a todas las tienditas donde nos metimos después de terminar las sesiones del taller, a continuar nuestras charlas literarias de manera más informal.

Un abrazo a todos.

viernes, 7 de julio de 2006

Creación Colectiva en Literatura

Hemos completado ocho sábados de programación ininterrumpida de nuestro taller de ensayo y cuento "En la Inmunda". Este sábado 8 de julio, cumpliremos nuestra novena y última sesión con la charla sobre creación colectiva, en la que compartiremos con Ustedes nuestras experiencias de escritura en grupo. También tendremos una pequeña charla sobre la producción del vino, a cargo de Lilian Alvarado, como parte de la clausura del taller, que contará con el patrocinio de Casa de los Vinos (Carrera 105 #20B-24, Fontibón), que muy amablemente nos ha aportado una muestra de uno de sus productos más interesantes: El vino de coca.

Nos reuniremos en la ruta de los peregrinos a Monserrate, subiendo hacia el santuario por las escaleras a unos dos minutos de camino. Nos encontraremos en la estación del funicular a las 9:00 AM para subir juntos.

jueves, 6 de julio de 2006

El Ermitaño - Relatos de locura

EL ERMITAÑO
Jesús Delgado

Místico y radical desde pequeño, al llegar a la juventud fue inscrito por su familia en la Milicia del Estado, pero la indisciplina frustró su carrera. Tampoco el seminario le sirvió de refugio.

Un día despejó un terraplén al borde de un abismo y empezó a construir un muro a su alrededor, sin puertas ni ventanas. Sólo un pequeño orificio, a la altura de sus ojos y con vista hacia el monasterio de las Reverendas Madrisas, al otro lado del precipicio, le permitía recibir los alimentos que le llevaba un peón de la familia. Otro orificio, en el piso, vertía hacia el despeñadero sus evacuaciones y las comidas que a veces rechazaba en penitencia.

Con el tiempo empezó a crecer la fama del santo ermitaño. Sus ojos encandelillaban desde la oscuridad y prohibió cualquier visita, excepto la del peón de la comida, que no debía dirigirle la palabra.

Entonces empezó a percibir al demonio, que con magníficas capas parecía flotar sobre el camino al convento de las Madrisas.

En un verano, inesperadamente, empezaron a morir las cabras del escaso rebaño de las monjas, no sin antes ejecutar toda suerte de contorsiones para finalmente morir con los ojos desorbitados en el charco de sus propios excrementos. A nadie se le ocurrió aislarlas de los niños de la escuela anexa, que fueron turnados para colaborar en la limpieza del corral.

Pero también ellos empezaron a morir. Afiebrados, alucinados y con ojos enrojecidos, veían a Satanás que los llamaba. De nada sirvieron los exorcismos del padre Anselmo, ni las plegarias a la Virgen del Peñón o las desinfecciones tardías del médico aldeano, que no lograba detectar el germen del mal.

Entonces alguien se acordó del santo ermitaño y todos decidieron rogarle que abandonara su retiro voluntario para derrotar con su virtud al Maligno que se llevaba a los niños del poblado. Cuando llegara la comisión médica de la lejana capital, podría ser tarde.

La gente perforó un boquete en el muro del ermitaño que, barbado y harapiento, con dos lanzallamas por ojos, salió tras el Maldito. Armado con la cruz metálica que le arrebató a un feligrés, emprendió camino a la montaña del frente. Mientras tanto, encabezados por el señor cura, los fieles oraban para que su paladín venciera.

Al día siguiente, el ermitaño apareció en el camino cargando una cabra degollada y un fardo con las cabezas de seis monjas Madrisas. "Era un dragón de siete cabezas —dijo—. Su guarida está en llamas". Con la misma mirada fosforescente, regresó al encierro.

Aterrados y en silencio, los campesinos le llevaron materiales para que restaurara el recinto circular —que sería su cárcel— y alimentos para el siguiente tiempo de duelo, en el que nadie se le acercaría.

Pero sorpresivamente, los niños dejaron de morir, así que quince días después, una comitiva de aldeanos subió a la montaña para interrogar al ermitaño. Fue imposible: el recinto, ahora, no tenía orificios.

viernes, 30 de junio de 2006

El Miniaturista - Relatos de locura

EL MINIATURISTA
Alex Acevedo

¿Loco yo? ¿Sólo porque me quedo mirando cómo pasan todos los ricos por el ojo de un aguja, con sus televisores de cuarenta pulgadas al hombro, y en lugar de colaborarles, me contento con decirles adiós? ¿Sólo porque me adentro en los cielos al lomo de un camello, cuando puedo poner un punto final en un párrafo trunco y podrido? ¿Sólo porque me echo a morir de melancolía cuando una chica Aguila me niega su olor y se obstina en la prisión de un simple póster termoformado?

Quizás. Como Copérnico. Como Frankenstein. Como las hormigas que me suben por el antebrazo figurándose que soy un difícil Everest, lleno de pelo.

Pero entonces, ¿será cordura el hastío de esos otros días en que me pavoneaba de entender a Hegel, paseando en las noches de luna llena por los tejados del vecindario?

A lo mejor. Aunque sigo sin creer que tenga siete vidas, o que sólo por desvarío prefiera el Catspride a esas langostas que devoran los enajenados con ocho cubiertos y una copa de vino blanco.

Vacas - Relatos de locura

VACAS
Ivonne Rodríguez

Y vi las vacas volar. No, no era una locura, realmente las vi volar.

Tal vez sí era una locura, pero si no era las vacas quienes volaban, ¿quienes eran? Otra vez estoy preso de mis locuras, ¿o tal vez de mi no locura? A razón de buscar en las memorias de mi vida sin encontrar mayores líneas, me he puesto en la tarea de descubrir mi vida.

Tal vez como poeta, tal vez como loco, o tal vez seguiré siendo un ingeniero. Atado a lo que me enseñaron, ¿pero acaso esta locura no es fruto de lo que en casa me enseñaron?

Mi casa, ¡ah lugar aquel, donde aprendí lo que no debo hacer! ¿Dónde quedó lo que sí realmente debo hacer?

¿Y las vacas? ¿Cuáles eran las vacas? No, otra vez no.

Retornemos a mis inicios, que se construyeron como un montón de retazos. De ellos lo único que saqué fue una cobija, como esas de colores, con muchos, muchos remiendos. ¿Y acaso así es mi vida?, un conjunto de recuerdos atados unos a otros de forma casi ilógica, pero con la avenencia de mi madre.

Ay, mi madre, ¿dónde estas? Tal vez rezando para que esta locura de ver las vacas no me atormente más. Tal vez contándole a todo el mundo que no eran vacas, que eran ovejas, por aquello de los sueños. O tal vez disculpándose por ser lo que no debería ser, en una sociedad donde nada puede ser como lo que es, pero simplemente es.

Prefiero las vacas.

viernes, 23 de junio de 2006

Entre cuerdos y locos

En nuestra próxima sesión, Carlos Ayala nos hablará sobre la vida y obra de Raúl Gómez Jattin, lo que nos servirá de introducción para hablar sobre la locura en la literatura.

La reunión será a las 9:30 AM en la cafetería del último piso de la biblioteca Luis Angel Arango. Los esperamos.

Literatos a Jugar

En nuestra próxima charla, nuestro invitado César Sánchez, experto en y adicto a los videojuegos, nos hablará sobre la relación entre la literatura y los videojuegos. Y para ambientarnos en el asunto, nos reuniremos en un sitio de juegos, gracias a la amable colaboración de Alejandro Bernal.

La reunión será este sábado 24 de junio en Scroll, la dirección es Carrera 33 #96-51, barrio La Castellana (es una casa esquinera blanca), a las 10:00 A.M. La idea es que los asistentes investiguen sobre el tema y participen activamente, compartiéndonos lo que descubrieron y leyéndonos textos relacionados con el tema, propios y de otros autores también.

Para entrar en materia, es necesario leer el cuento "Final del Juego", de Julio Cortázar, que transcribimos a continuación.

jueves, 22 de junio de 2006

Compota Bay - Minificciones

COMPOTA BAY
(Preparación Clásica Para Cinco Porciones)
Alex Acevedo

En medio litro de ácido muriático disuelva con parsimonia de abuelos cuarenta y dos pastillas de Seconal. Revuelva de manera obstinada, repetida, como la hilada de sus días seriales. Ponga a fuego medio. Si la olla no estalla, a los primeros hervores debe Usted añadir la machacadura de un manojo de flores de cicuta y tres esquirlas de Rubinol. Dedíquele un mínimo pensamiento a su familia, estática frente al televisor; su trabajo, rutinario hasta la jubilación; su futuro, negro azabache. Tenga cuidado de que el preparado no se pegue a la olla. Suspire. Antes de servir, espolvoree con arsénico.

Frente al plato, invoque el poder de sanación de la Santísima Trinidad: Ativán, Pentotal y Clozapina. Si todavía no ha encontrado la concentración ideal del gourmet para llevarse la primera cucharada de su Compota Bay a la boca, fije su atención en la tragedia de la caída del dólar, la leche derramada, la lluvia de la madrugada, los paños de agua tibia, el lirón mordiendo una nuez o el escritor que no escribe por estar mirando al techo.

Acompañe con una generosa copa de Baygón matacucarachas helado.

Cuatro Pececitos en su Alberca - Minificciones

CUATRO PECECITOS EN SU ALBERCA
Néstor Pedraza

Hoy día no son frecuentes las orgías en casa de Villaveces, esas reuniones ruidosas de tres y cuatro días de farra sin quiebres ni desteñimientos, en las que todos los gustos son saciados una y otra vez.

Pero hubo una época en que ya nadie se agotaba marcando el número de la policía para protestar por el escándalo de gemidos, aullidos, alaridos, música, cosas rotas y demás. Con periodicidad infalible se pagaban los sobornos y las cuentas de los proveedores, los sueldos de los sirvientes y de las sometidoras, la discreción de los enterradores y de los traficantes de fetos, las comisiones de los proxenetas, los viáticos de los capturadores de talentos y el vestuario de los platos fuertes. Todos contentos, menos los vecinos.

Antes era la paz y la quietud. En la mansión blanca vivían una vieja victoriana y su hija viste santos. Su placidez fue buena señal para todo el barrio, hasta que a las dos mujeres se les ocurrió publicitar su blanca existencia apareciendo hinchadas como flotadores en la piscina de atrás. Fue así como Villaveces llegó para ungir a la comunidad entera con el óleo de su desfachatez. Y el dinero comenzó a tintinear en fuentes cada vez más elaboradas y luminosas.

En los últimos tiempos, el negocio se ha vuelto flojo. La moda ha impuesto los safaris arriesgados, la adrenalina generada en aventuras extremas. Villaveces, siempre en la jugada, ha comenzado a diversificar, y ofrece el tour completo por los cordones de miseria alrededor de la ciudad. Ahora el cliente desea buscar su presa, cazarla él mismo, satisfacerse in situ, arriesgar el pellejo en el proceso de capturar y gozar los especimenes que antes eran servidos a su mesa. Sin embargo, aún hay quienes prefieren la comodidad de la mansión, ya sea por evitar el riesgo, o porque en las calles no van a encontrar sus preferencias. Por ello, todavía se puede escuchar el ruidaje de vez en cuando.

La historia de Villaveces es el clásico ejemplo del empresario que en medio de la nada sopló y formó una montaña de billetes. No lo ayudó mucho su pasado de bribón callejero y su afición por el polvo blanco. Lo que sí lo ayudó, fue su desprecio patológico por todo contacto con fluidos corporales humanos. La completa aversión contra lo que sus clientes buscaban con desenfreno, le permitió mantenerse al frente de toda la operación, sin que se le escapara detalle, y sin que el furor al que servía con tanto empeño pudiera absorberlo. Cabe entonces imaginar que la sorpresa se escuchó resonar en do mayor, cuando Villaveces se dio a la fuga del brazo de una amante clandestina, una antigua drag queen recién operada que, según se decía, tenía en lo coprológico una fijación extrema.

Villaveces nunca volvió a aparecer. En esta noche sin luna, se alcanzan a escuchar los gritos bajo el chorro candente de una zamba brasilera que retumba por todo el barrio. Todos esperábamos que con la desaparición de Villaveces, se daría fin a la tortura. Llamaríamos al barrio El Remanso. Pintaríamos las casas todas de blanco. Pero cuando los peces se quedan flotando, desde arriba no vemos que debajo hay otros que los están picando.

Retiro - Minificciones

RETIRO
Andrés Felipe Escovar

Frente a la hoja en blanco vislumbró un sendero del cual afluían infinitos caminos. Esculpir un poema, urdir un verso, intentar una palabra, trazar un grafema, significaba amputar la poesía. Desde aquel momento optó por el silencio.

San Pámelo Bendito - Minificciones

SAN PÁMELO BENDITO
Jesús Delgado

Nació como un arcángel de madera en la imaginación retorcida del creador, que en su taller medieval le dio rasgos andróginos y una lanza empuñada como un falo. Pecaminosos pliegues de su túnica dejan ver unas piernas que pueden ser de corista o de futbolista. Tiene cabello largo, cuerpo masculino y porte de mujer. Marconio Arrechea, quien lo descubrió en una vieja iglesia, aprovechaba cada visita al templo para mirar las piernas de este perturbador arcángel, tan parecidas a las de Pámela Anderson que decidió llamarlo Pámelo. A él encomendaba sus cuitas y aberraciones.

Cansado Pámelo de tanta miradera y tanta veladora de Marconio, decidió darle una lección. Aprovechando que la humedad ambiente y el calor de las veladoras habían suministrado a sus células de madera un movimiento mínimo de tensión y distensión, aflojó su estructura interna y cayó sobre el devoto.

Pero este severo golpe celestial fue tomado por Marconio como un golpe de suerte, y en la penumbra de la solitaria iglesia lo acarició emocionado. Se escondió con él en un confesionario y pasada la media noche salió en silencio con su pecado al hombro. Enamorado de este regalo desde lo Altísimo, el desviado Marconio taladró entre las angelicales nalgas su conducto al paraíso.

Pero un día, mientras elevaba su devoción por el trasero del hermoso Pámelo, irrumpió su vecino el señor Ortiz y cayó de rodillas al percibir en la cara del ángel una beatífica sonrisa nunca antes vista. Tras él, Marconio también mostraba signos de permanecer en trance.

Multitudes acudieron a ver el milagro del mohín celestial. Nadie sabía que Marconio, tras el altar y oculto por un telón dorado de arabescos y palomas, al humedecer el sagrado canal e introducirle su negro pájaro, causaba cierta distorsión en el semblante de la imagen. Muchos, exagerados, creyeron ver lágrimas de savia cuando a veces la efigie se sacudía presa del amor divino.

Poco a poco, las romerías a la casa de Marconio exigieron ampliaciones para que despechados, alucinados y pervertidos -que lo eligieron su santo patrono- pudieran encomendarse a San Pámelo bendito, como empezaron a llamarlo. Tras la muerte de Marconio el santo dejó de sonreír, pero su culto ha crecido.

La Mosca - Minificciones

LA MOSCA
Néstor Pedraza

La mosca, al ver a su hermana desaparecer en las fauces de un gran sapo verde, quizo que la vida fuera como las películas de Hollywood, para conformar un comando de moscas-ninja asesinas que persiguiera al sapo y le hiciera la vida imposible hasta darle una muerte terrible y dolorosa, pero sobre todo, humillante. La cuestión es que la mosca estaba fuera de proporción, lejana a toda actividad justiciera, y ni siquiera podía pensar en ponerle una trampa al sapo para que una víbora lo devorara. Se limitó, entonces, a consolarse con la idea de que todos los sapos mueren aplastados, y se sentó en una hoja a mirar las nubes, a serenarse un poco antes de continuar su travesía. Tras de sí, una araña cazadora se acomodó para saltarle encima. Frente a sí, un camaleón camuflado calculaba la distancia y la velocidad del viento, mientras preparaba su lengua pegajosa.

Rockola - Minificciones

ROCKOLA
Carlos Alberto Zea

Por ejemplo cuando se escuchaba la voz de Axel y vibraba la guitarra de Slash y la gente se quedaba en las mesas, él y Lucy, desde la barra, se entretenían mirando los gestos de las parejas, intentando deducir lo que hablaban. Pero si alguien ponía música bailable y se llenaba la pista, ellos no eran la excepción y volvían a los pasos aprendidos de memoria, que diez años de unión libre había hecho posibles. Si por el contrario el que cantaba era Darío Gómez, y la gente repetía a voz en cuello el tema, ellos se miraban y reían porque nunca pensaron que después de tanto tiempo juntos una mala letra les fuera a tocar. Hasta que llegaron ellos y empezaron por los vallenatos románticos y siguieron con las baladas americanas, mientras hacían amistad con él y Lucy, y pronto se les vió en la misma mesa, bebiendo, conversando, riendo, sin demorar el cambio y terminar bailando lo que ponían, ya no ellos, sino entre ellos, hasta intercambiar pasos y memorizar nuevas coreografías, y acabar en la complicidad, primero hablando de los demás para reírse de algo y no aburrirse en el bar, y luego contándose la vida, sin pensar que ahora ellos se convertían en blanco de los clientes que tomaban partido por una u otra pareja, intercambiándolas también, sin saber quién vivía con quién. Nadie se dio cuenta de lo que fue sucediendo, y es que sin pensar ni querer fue pasando que se enamoraron otra vez, al tiempo que se desenamoraban y no había cabida para el engaño o la traición, siempre que hubiera compañía. Hasta que un mal día uno de ellos se cansó y quedaron tres y sobró uno; aquel que se quedó solo y que ponía las canciones de despecho que antes no eran suyas, y que luego cuando bailaban los veía, a él y a Lucy, en la pista, desde la mesa, sin tener a nadie con quien hablar, beber, o reír.

Insomnio - Minificciones

Insomnio
Irving Moncada

De su estómago brotaba sangre copiosamente. No podía creer que era eso para lo que me habían entrenado con tanto esmero y dedicación, que era eso por lo que sacrifiqué tener una vida normal. No me sorprendió que intentara apuntarme, ni que su bala me golpeara una pierna; era su última oportunidad de morir por alguna causa. Yo tenía que terminar con aquello y hacerlo de cerca para saber finalmente de qué se trataba El Enemigo. Caí a su lado algo adolorido y pude ver las contorsiones en su cara, causadas, imagino, por el dolor. También pude oír sus gritos sordos que me maldecían indirectamente; yo entendía ese dolor, también era un poco mío. Pronto moriría, clavando esa mirada inexpresiva de los muertos en mi mente. Mi enemigo era él, pero él ya no está, ahora es sólo su mirada indolente que viene a visitarme todas las noches cuando pretendo dormir, como si tuviera una vida normal.

Colectivo - Minificciones

COLECTIVO
Néstor Pedraza

El microbús no avanzaba y nada podía hacer. Las lagunas del cielo se habían desfondado y ahora inundaban la ciudad. Las vías eran una sucesión de nudos que paralizaban el tráfico. Así que sólo podía comerse las uñas y apretar las piernas mientras recordaba a su hermana en la cuna, y luego en el corral tirando fuera los juguetes que él le echaba dentro. Más adelante, él le contaba cuentos improvisados o le hacía dibujos, y ella no sonreía. Recordó cuando la descubrió vistiéndose a la carrera con un tipejo de tantos que pasaron por su vida sin aportar mayor cosa. Como en una película, pasaron las imágenes frente a sus ojos, excepto las de aquella vez que ella se embutió un frasco de pepas para la depresión y tuvieron que hacerle un lavado. Por eso, mientras se mordía los dedos dentro del microbús, con la urgencia de llegar al hospital martillándole el pecho, no quería creer lo egoísta que resultaba su hermana al cortarse las venas, como si al hacerlo no estuviera cortando también las venas de él.

Pangolín de El Cabo - Minificciones

PANGOLIN DE EL CABO
Alex Acevedo

Jenofonte refiere en su “Vidas Tristes de Filósofos” (para otros la misma “Historia Animalium”) los vicios y las virtudes del Pangolín de El Cabo, a quien tuvo oportunidad de estudiar con inusitado rigor en sus varios y accidentados viajes al África Subsahariana. Destaca, el historiador natural, la dieta eminentemente capitalista del Manis Gigantea. Como un desalmado gerente fabril del siglo Diecinueve, el Pangolín, irremediablemente mueco, se nutre de los insectos que más brillan por su dedicación al trabajo, los de organización social más elaborada: hormigas y termitas. Valiéndose de su longa lengua, hasta dieciséis pulgadas de superficie pegajosa, destroza las viviendas de los insectos obreros, y lo demás es la repetición del maremoto de la plusvalía o el tifón del materialismo histórico, microscópicas lágrimas de hormiga, inaudibles lamentos de termita.

Otros taxonomistas, seguidores de Johnny Rotten y la bohemia parisina del idéntico siglo Diecinueve, aducen en cambio el perfil netamente resabiado del Pangolín. “Vive rápido, muere joven”, sostienen, reza la divisa del Pangolín. En efecto, el animal prolonga su existencia sólo hasta el momento en que los seres humanos se pierden, justo cuando empiezan a abrirse los portones de la razón y la libido se dispara en potencia extravagante: veinte años. Refuerzan su concepción en la preferencia del Pangolín por las furibundas caminatas nocturnas en las que suele embarcarse; lunas y constelaciones, noches de errancia infinita como alma en pena de bar en bar, de lupanar en lupanar, cantinas y kioscos de caldo de raíz donde a todo el mundo le amanece más temprano de lo que está bien visto.

Sea como se fuere, en el año de 1756, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, entregó las primeras pruebas que vinculan al Pangolín con los diamantes de El Cabo. Según su testimonio, un Pangolín inquieto succionó una preciosa colección de diamantes para mejorar su digestión, dado que las piedras normales, caliza vulgar de cantería, le causaban excesiva flatulencia y acidez ya francamente anormal. La costumbre se difundió por toda la especie, y el caso, si bien singular, habría pasado desapercibido para la historia natural, de no haber descubierto el mismo Leclerc una pieza de cinco quilates en el excremento de un Pangolín. Lo demás, ya todos lo sabemos, es la trillada eclosión de De Beers Consolidated Mines Limited.

Su carne es muy apreciada.

En Clase - Minificciones

EN CLASE
Irving Moncada

El profesor habla sin parar, yo mientras tanto me lo imagino desnudo en medio de un desierto.

Amigo - Minificciones

AMIGO
Néstor Pedraza

Anoche, cuando tu esposa acabó de chupármela y me le vine en la cara, me di cuenta lo estúpido que fui al no tener una cámara a mano, para grabar ese glorioso momento. Te habría enviado copia de la cinta (el original, por supuesto, lo habría guardado para mis noches solitarias en el Sinaí), junto con los resultados de los exámenes de ADN que ustedes dos se hicieron para lo de la donación de médula para Andreita. Como verás al tener estos papeles en tus manos, se ha determinado que tu mujer es también tu hermana.

lunes, 12 de junio de 2006

La Magia de lo Breve

Este próximo sábado 17 de junio, nos reuniremos en la cafetería del último piso de la Biblioteca Luis Angel Arango, a las 9:30 AM, para charlar sobre Minificciones.

Alex Acevedo nos dará una introducción al tema, y luego los talleristas harán sus aportes según lo que investiguen del mismo. Adicionalmente, todos deben leer las minificciones propuestas (que publicamos a continuación) y llevar una minificción escrita de forma individual o colectiva. La extensión máxima del escrito es de 400 palabras.

Por supuesto, quienes deseen pueden llevar, adicionalmente, minificciones de otros autores. Vamos a leer mucho, aprovechando que se trata de textos muy cortos.

viernes, 9 de junio de 2006

Drogas y Literatura

El tema de este sábado en las sesiones del Taller de Ensayo y Cuento "En la Inmunda" es la influencia de las sustancias psicoactivas en la literatura. La charla será coordinada por Carlos Ayala que nos introducirá a un mundo alucinatorio, y será complementada por los mismos talleristas que han estado investigando sobre el tema.

La cita es este sábado 10 de junio de 2006 a las 09:30 en la Plazoleta de frente a la Biblioteca Luis Angel Arango, en el Café Juan Valdez. La puntualidad es indispensable, porque de ahí muy probablemente nos moveremos a otro sitio.

Leeremos, además, las crónicas presentadas por los talleristas, y coordinaremos las tareas a realizar para la próxima sesión.

Para los que no pudieron conseguir el texto "Eurotrash" que debían leer para este sábado, lo hemos publicado a continuación. También hemos publicado las crónicas que ya nos han llegado.

Los Encantos del Silencio - Crónica

LOS ENCANTOS DEL SILENCIO
Carlos Ayala

Lo cogieron esa tarde con dos rocas de perico y una punta.

Lo cogieron por garoso, la gana le gano a la sensatez, a la experiencia.

Andaba mercando, recorriendo los shops del sector: un gramo del bronx y unos rollitos calientes en la olla de la L, después para donde las putas, abajo de mártires, que arman unos felpos que ni pintados. Sabía la medida de la caída y sin embargo la nostalgia de los sabores y las texturas pudieron más que la calma.

En la nouvelle cousine, las texturas y las formas suelen imponerse a los sabores por una simple razón: jamás recordamos a que sabe un alimento hasta que lo llevamos a la boca, en cambio podremos contar sin mayores rodeos como se deshace crujiente una lonja de fino hojaldre en nuestro paladar. Rábano bañado en vinagreta, un par de cebollones en su almíbar, tres cuartos de centro cadera bien bañados en su jugo acompañado con una copa de vino, el equilibrio en sabores.

Eso era lo que buscaba, la fina combinación de roca y escama, nieves alteradas. Bajaba dos veces por semana, tranquilo, sin el sobresalto del sustero que distrae su andar mirando hacia atrás, calculando la paranoia para no tropezar, viendo a ver quien le va a rapar la liga y su pipa. Bajaba siempre recién bañado, sudando a limpio, limpio para el chiquero. Daba un par de vueltas y calculaba la entrada, la salida y una caleta limpia por si algún ganapán se ponía ácido, violento o pegajoso.

A esta altura, era rutinario, tal vez ese era el motor impulsor que arrastraba su cuerpo, lejos de su conciencia, imaginaba la descarga ascendente que encendía la supraconciencia, y luego se catapultaba al encierro de una residencia de seis mil pesos la amanecida, acompañado de Gibson o Borges, y entre línea y línea, Onan se hacia presente, ayudando a liberar tanta tensión, describiendo los muslos de la robusta india que penetraba hace unos años y que se habían ido borrando en los nudos lodosos de la memoria. El perico ayudaba a redibujar la sombra sinuosa de su pelvis, luego sus pezones y mas allá sus ojos.

Le sacan las rocas de una vitrina, descarado el asunto, y casi se sale de los chiros de la alegría, dos piedrotas, por ocho mil, los ojos brillantes mientras desenfundaba uno de dos mil y la gamina con cara de amor, casi lo saca a vivir:

—Vuelva cuando quiera monito, y pídame lo que quiera.

Le revisaron los bolsillos con saña, lo sacudían entre dos, él cavilaba que tanta dicha se anulaba por la conciencia mercantilista, se había gastado lo de la carne de una semana, para el sábado próximo el salmón seria acompañado por un jugo de lulo, habría que olvidarse de un buen trago de leche de la mujer amada, todo para darle gusto a sus suspiros, ya no se podía tener gustos individuales, que cosa jodida; para rematar se estaba jugando la tiquetera de los 15 corrientasos del mes.

—¡Qué maravilla! —aulló uno de los agentes que descubría las inofensivas bolsas en la caleta de su chaqueta, mientras sonreía ganancioso.

—¿A usted no lo esculcan nunca cierto?

Cómo van a esculcar a alguien que huele a jabón y que camina despacio. Aquí se castiga el afán y la suciedad con el manoseo violento de la ley.

—Oiga, ¿no lo han esculcado nunca?

El silencio no es buen compañero y el llanto menos, sin embargo la tranquilidad acompañada del silencio y calma, aligeran la digestión de cualquier plato fuerte, incluso, una crepe hindú rellena de picantes pimientas caldeadas en dulces almíbares.

—Para arriba compañero.

Esposado al piso de la camioneta, se imaginaba el tráfico de hierbabuena en las costas españolas siglos atrás, cómo se entregaban cargamentos de la fina especie para adobar los platillos más selectos, adornados con la sangre y el sudor de unos cuantos.

Los agentes detuvieron la camioneta para tomarse un tinto. Callado, recobraba el aliento para soportar el humor de su compañero de encierro, devanaba su cabeza pensando en lo frustrante que era estar allí, lejos de sus libros, de sus sabores alcalinos y la sensación de redondez absoluta que lograba al masturbarse. Tenia que salirse de esa, nunca lo habían pescado, de alguna forma la suerte fue compañera incondicional hasta ese día, pero uno no puede abusar de la confianza, así como un chef experimentado no corta dos peces globos en una misma jornada, el paseo comercial del vicio no se debe forzar para darle gusto al gusto.

Las formalidades de la ley siempre son las mismas, el acoso psicológico del bolsillo a ver si uno de los acusados resuelve alguno de los apuros económicos de estos puercos carnetizados, luego la mala palabra, el hijueputazo, la humillación por haber caído. Para finalizar ser acusado de colaborador indirecto de la guerrilla y para el hueco.

Sin el tratamiento feliz de un lomo bañado en vinos y selectos vegetales, así era, simple, con el empujón y el “ya le toca esperar a ver si la fiscal viene hoy para ver su situación”.

Con la cédula en la mano, temblando del frío se limitaba a ver el movimiento incoherente de lo labios justicieros, que buscaban inútilmente descuncharle algún centavo antes de guardarlo, él, sin mediar un solo verbo, salta aún amarrado de la panel, ve sus zapatillas ancladas al suelo, no existía la aspiración de correr los cien libres por la libertad, ahí, en esas le tocaba con serenidad, ya habían llegado al roto de la estación del Ricaurte, unas cuadras mas arriba de la calle trece y la situación era cada vez mas peluda.

—Se me va derechito para el encierro de esas mallas…

—Apure pues mudo, y como no quiso nada, no se le va dar nada, ¿oye?

No alcanzó a coger rabia, llevaba cinco minutos y el silencio dio resultados tan mágicos como el Ron sobre cortes carnudos, gruesos y magros de vacas perezosas. Ya empezaba a intuir el sabor de sus adoradas líneas, se veía contando cuántas saldrían, ocho a veces nueve y si la cuchilla era nueva hasta once. En el rincón del sitio donde lo habían tirado, había un palabrero ávido, no se callaba, hacía las tranzas de la salida, sacaba gente por monedas bajo en consentimiento de los agentes.

Después de los trámites de rigor, la desconfianza, el asare, la mediación y el efectivismo de los monosílabos, acordó la salida por quince mil pesos moneda corriente. El almuerzo en el trébol cancelado, tocó venado de oro, arroz chino con carne de chino bien adobada, si acaso le quedaba para el bus y ni modo de pagar la residencia. Para la casa con hambre de buen gusto, sin nadita que oler, y la punta que tanto quería quedaba ahí. Lástima, se la había coronado en una travesía en Cali.

No era ella - Crónica

NO ERA ELLA
Néstor Pedraza

Ha sido un viaje en el tiempo, un desplazarse repentino hacia épocas dejadas atrás hace mucho, y que ahora me abrasan, yo cubierto de especias nativas y pizca de sal.

Los autos estacionados a lado y lado de las calles, convierten la recolección de basuras en una hazaña de Quijotes. Los separadores convertidos en estacionamientos, las calzadas hechas coladeras. La diferencia entre esta Cali ardiente y mi páramo bogotano, está en la semidesnudez omnipresente y voluptuosa de las mujeres de todos los estilos, de todas las edades, de todas las estéticas. En la agresividad de sus piernas de rana superdesarrollada, y en su mirada de rayos X capaz de contarle a uno los billetes antes de ver siquiera la billetera. La diferencia está, también, en este calor tan hijueputa, sol que aplasta con el mazo enorme de Thor crucificado y encarnado sobre los huesos de Ahrimán.

Una mañana, hará dos semanas ya, el cielo encapotado y gris me dio un nostálgico recuerdo de la Bogotá de antaño, esa que ya no se ve, de lloviznas incansables y ríos de paraguas negros. Subí al taxi pensando en lo difícil que resulta disfrazarse cada día con el traje de ente productivo de la sociedad. Mas mis pensamientos, que igual nunca conducen a la esperada y grata cita con el rifle, fueron cortados por la voz morbosa y punzante del locutor de la radio. "No era Ella", decía con neón colorido, y casi me hace dar risa el tono de su avivamiento.

El viaje hasta la oficina, aunque corto, fue suficiente para escuchar la historia, tan tropical como la forma en que fue narrada. No podría, pues, reproducir las palabras exactas de tan ilustres comunicadores, así que me limitaré a una pobre reproducción personal (por supuesto, las fechas y los nombres han sido cambiados, por seguridad de...., bueno, por pura, física y perra falta de memoria):

"Serían las seis de la mañana cuando Erminsul, joven de 22 años de edad, trabajador incansable y dedicado, salió de su casa el pasado 4 de Agosto. Todo indicaba que sería un lunes cualquiera, en el trasegar infatigable de este mensajero, eficiente y honrado. Nadie podía imaginar que en su interior se arremolinaba una bocanada volcánica de emociones y sinsabores. Su amada, Araminta, bella y dedicada mujer de 28 años, venía reclamándole la falta de dinero, la falta de espacio, la falta, en últimas, de emoción, de variedad sexual, de conmiseración con el prójimo hambriento. Y él, prisionero de un amor llameante como el infierno mismo, se bañaba en los ácidos de la angustia y naufragaba, hundiéndose en el fango apestoso de la desesperación. Su inseguridad de gusano en baile de gallinas estalló también, acrecentándosele en reveladoras noches de insomnio sudoroso, y en pesadillas de bacanales sabáticas, donde su adorada compañera de cama era el centro de inacabables ritos de fertilidad, única sacrificada a los dioses en medio de hordas de negros enormes."

El conductor me observaba por el espejo retrovisor, buscando la risa cómplice. Yo veía por la ventanilla el rápido paso de las malezas.

"Araminta era una mujer espectacular. Su físico atraía a los hombres como el fuego de los candelabros a las polillas, y Erminsul lo sabía. Sufría lo indecible, imaginándola en brazos del tendero, montada a horcajadas sobre el vecino, tendida exhausta sobre los cuerpos exprimidos de sus tres primos. Cansado, insomne, delirante, llegó el lunes en la tarde a casa, y encontró a su concubina preparando las maletas. Ella no soportaba más las desatenciones, la falta de joyas y de viajes a Maicao, la ausencia de buen vodka en la nevera y los mismos chiros de hacía tres meses. No había abandonado el lenocinio para pasar tragos amargos de güisqui barato, y ya tenía un futuro asegurado en tierras asiáticas. Erminsul se hinchó en vapores que destrozaron sus ropas, y se lanzó sobre el cuerpo apetecible y jugoso de Araminta, destrozándolo sin un tris de consideración con el resto del género masculino. Luego, con los ojos inyectados en ácidos alucinógenos, encendió un fuego que se vio igual desde Pance, Juanchito, Palmira y el nuevo Batallón de Alta Montaña. Mientras lo poco que le había ofrecido a la mujer de sus desafueros se purificaba, colgó del cuello su cuerpo, atándolo a una viga con el cinturón."

El taxi volteó, y alcancé a pensar que no sería justo perderme el final de tan florida narración. Por fortuna, el desenlace llegó mientras hurgaba en mis bolsillos en fiera cacería:

"Qué terrible historia la que nos recibe este comienzo de semana. Un peso enorme debía llevar Erminsul sobre sus espaldas, para decidir convertirlo en humo y así aligerarlo. Pero aquí no para la historia. La rápida acción de los vecinos, sofocó con prontitud las llamas y permitió a las autoridades recuperar los cadáveres, casi intactos entre las cenizas. Los agentes del orden quizás se ensañaron un poco con el cuerpo de Erminsul, inflamados de odio al ver las cualidades irrecuperables de su víctima. Y no fue hasta llegar a la Fiscalía, que se descubrió lo que veníamos anunciando desde un comienzo: No era Ella, era Él. Araminta, fogosa mujer cuyas caderas perturbaban hasta al mismo San Emerdógenes, de senos como viñedos donde Baco fabricaba todos sus elíxires, y sexo tan caliente que Belcebú tenía allí su finca de recreo, era hombre. Identificada como Diógenes Patroclo, la mujer que arrebató a Erminsul la cordura y el sueño, había nacido con antena. La pregunta que nos aqueja ahora es clara. ¿Conocía Erminsul el terrible secreto de su amante?"

Bajé del taxi cuando comenzaba lo bueno, comentarios llenos de fineza autóctona, frases barrocas llenas de imágenes evocadoras de la época de la Ilustración, y mareajes de vocablos acuñados al calor de siglos de evolución del lenguaje. Y por un instante, creí que había soñado que había vivido en otro tiempo, en un futuro de matrimonios gay y Madonnas en juegos linguales con Britneys y Cristinas. Un tiempo donde, quizás, el sexo de Araminta habría sido apenas un dato más en su registro de defunción, y la verdadera cuestión habría estado en cómo es que en un crimen pasional, de asesinato y suicidio, vienen las llamas a tratar de borrar las evidencias. ¿Necesitaremos a Poirot, o a Holmes?

No más que amor libre - Crónica

NO MAS QUE AMOR LIBRE
Magglioni Guiral

Bebiendo de una botella de vino, contemplo su contenido y pronuncio en voz alta “a ella no le gustaba que yo bebiera”, mas hoy no esta aquí, pero igual el trago está amargo y mi cuerpo lo rechaza.

Sentado en una mesa, su recuerdo hace que pase los días sumido en una espesa miseria. Su presencia me mortifica pero me da vida, es un sentimiento muy difuso, doliente y embellecedor. En este momento ya se a puesto el sol, con gran desesperación sigo bebiendo al no encontrar el motivo por el cual de mi lado se alejó, y con un muy riguroso sigilo, verifico aquel pasado que me atormenta.

En un instante veo pasar lo transcurrido con ella sobre mi botella. Me encuentro junto a una nena que me tiene un tanto loco, ubicados en la terraza de su casa divisando el panorama y hablando de lo jodido que está este país. De un momento a otro pasa un maldito mosco que se introduce en mi boca y pasa hasta mi garganta causándome un severo ahogamiento, que no cesó hasta llenar mi garganta de grandes y extensos buchonados de agua.

Ella riéndose, me ve y lo único que se le ocurre decirme es “POR QUÉ”, a lo que ella misma responde “POR HUEVITA”. Estallando en risa y un desconcierto por sus palabras, su cuerpo se acercó a pocos centímetros del mío, terminando en un complejo pero deliberado beso.

Al continuar recordando me fijo que teníamos muchas diferencias que nos separaban, pero ahí estaba el picante que nos une. Ella, amante del reggae, amiga de la ensalada y protectora de los animales, junto a mi “un enviado de los mismos infiernos” como ella me ve cada vez que agito mi cabeza, con gran alegría, al oír un disco de Kilcrops. Y aun así, con todo esto, éramos inseparables, o eso pensábamos.

Al cabo de unos minutos seguí bebiendo y seguía recordando. En una ocasión muy poco usual, un descuido monumental ocasionado por el afán, ella confundió una bolsa con implementos de trabajo con una llena de basura, que llegados al lugar descubrimos esta “cagada”. Ahora era mi turno de reír y de forma sarcástica decir “POR QUÉ” a lo que con gran conjetura respondí “POR HUEVITA” a lo que sin dudar ella contestó con una risotada de grandes proporciones.

Me detuve un momento y dije “pero si la pasábamos tan bien qué sucedió”. Sin perder de vista mi vino y con una cierta amargura de felicidad digo “nos amábamos pero no queríamos estar atados a lo que todos llaman amor, libres de todo compromiso solo con el fin de de disfrutar el momento”.

Límites y Excesos - Crónica

LÍMITES Y EXCESOS
Carlos Alberto Zea

Sucedió en la madrugada. Parque, casetas de comida y tarima musical. Los chicos estudiaban en el colegio del pueblo, el departamental de Mosquera, un municipio al occidente de Bogotá. Eso lo sabían todos. También, que tenían varios meses de novios. La chica cumplía los quince. Poco después de las tres de la madrugada del sábado tres de junio, Alejandro Oliveros de diecisiete años, se despidió de todos menos de ella y salió para su casa. Buscó un lazo, fue hasta el parque y se colgó de un árbol. La muchedumbre observó el procedimiento pero nadie hizo nada. Nataly Oviedo, su novia, fue a buscarlo. Era inusual que no se despidiera; no habían motivos aparentes. No lo encontró en casa, tampoco en las calles. En el parque se abrió paso entre la gente. En la carta que Alejandro dejo a sus padres los hacia culpables de su decisión al haberle negado el dinero con el que pensaba llevarle serenata a su novia. Por lo que comentaron sus amigos, el chico ya tenía antecedentes depresivos y sesiones psicológicas. También dieron a entender que el dinero sobraba en aquella familia. Todos tenían razones y preguntas. Ningún medio cubrió la noticia.

lunes, 5 de junio de 2006

¡Gracias Alberto!

Fue extraordinaria la sesión que tuvimos este sábado que pasó. Alberto Salcedo nos dió una charla completa sobre periodismo narrativo como oficio y como forma literaria. Contestó nuestras preguntas, y nos deleitó con la lectura de una sus crónicas. Luego, Néstor Pedraza leyó una crónica sobre sus vivencias en Cali, y después leímos los textos eróticos enviados por los talleristas. Agradecemos a las personas de Ciudad Invisible Libro-Café, que nos prestaron el espacio y nos atendieron de maravilla.

Después vino la tertulia completa, cerveza, tienda y discusiones varias.

Seguimos agradeciendo a los talleristas su asistencia y su apoyo, y les recalcamos que la idea principal es enfrentar el miedo al rechazo y hacer el ejercicio de escribir. Las personas que tienen textos inconclusos o que no han enviado sus textos por temor, deben enviarlos para publicarlos en el blog. Recordamos a todos que la idea del blog es que todos leamos los textos y hagamos los comentarios que se nos ocurran (no somos críticos eruditos, pero para todos es importante conocer cómo nos leen los otros y qué piensan de lo que escribimos).

La próxima reunión nos enfocaremos en la relación entre las sustancias que alteran los sentidos y la literatura. Cada tallerista debe investigar sobre el tema y tomar una obra, o un autor, o una época, y llevar el tema preparado para discutirlo entre todos, con el ánimo de iniciar el proceso de trabajo colectivo.

Adicionalmente, la tarea para todos es escribir una crónica periodística: Tomar un evento de la vida real (no importa lo cotidiano o simple que parezca) y narrarlo de forma amena, con técnicas y lenguaje literarios, pero sin recurrir a la imaginación: Es necesario ceñirse a los hechos como ocurrieron. Por favor, envíen las crónicas y los textos que tengan pendientes, a tallerenlainmunda@yahoo.com.ar antes del viernes a mediodía, para tener tiempo de publicarlas en el blog antes de la sesión del sábado.

Alberto Salcedo "En La Inmunda"

Alberto Salcedo Ramos, el niño mentiroso y amante de los juglares que odiaba las matemáticas y que se convirtió en periodista ganador del Premio de Periodismo Rey de España en 1998, y de tres Premios Nacionales de Periodismo Simón Bolívar (el último recibido en 2003 por el texto "El Árbitro que Expulsó a Pelé"), ha aceptado muy amablemente la invitación que le hemos hecho para hablar de crónica literaria y compartir con nosotros uno de sus textos.

Comunicador barranquillero y ex-fumador egresado de la Universidad Autónoma del Caribe, este docente de las universidades Javeriana y Sergio Arboleda es considerado como uno de los mejores cronistas colombianos. Ha dirigido programas en televisión, pero su pasión es el periodismo narrativo. Uno de sus últimos trabajos fue una crónica sobre Pambelé que le costó dos años de investigación. Su escrito "El Testamento del Viejo Mile" estuvo entre los cinco finalistas en los Premios de Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en la categoría de texto, en 2004.

Colaborador de revistas como Soho y El Malpensante, Alberto Salcedo ha decidido meterse "En la Inmunda" por voluntad propia, por amor al arte, en apoyo a los espacios de creación, y lo hace muy a su estilo: con una sonrisa contagiosa en los labios.

Así que los invitamos a todos a escuchar a este importante personaje de las letras nacionales este sábado 3 de junio en la sesión sobre crónica literaria de nuestro taller.

Nos reuniremos a las 9:00 AM en Ciudad Invisible Libro-Café, gracias a la colaboración de Natalia Camargo. La dirección es Carrera 4A #26-12, barrio Macarena.

Y para que estén preparados, a continuación publicamos los textos eróticos que leerán los talleristas después de la charla sobre periodismo narrativo.

El café no sabe igual - Relatos Eróticos

EL CAFÉ NO SABE IGUAL
Néstor Pedraza

—Ahora sí, cuéntame —me soltó poniendo dos cafés sobre la mesa y sentándose a mi lado. —¿Están embarazadas?

Después de dos meses explorando las frías y áridas tundras de la masculinidad potencialmente donante, todas nuestras amigas estaban pendientes del resultado. No se hablaba de otra cosa.

—No sabemos, Chana apenas se hará la prueba mañana. —Jenny se mordió el labio, quería detalles. —La cosa fue simple: el único que se prestó para hacerlo con un frasco y llevar su esperma a la clínica, dio casi nulo en el conteo de bichitos. Nunca imaginamos que conseguir unos mililitros de leche con renacuajos sería tan complicado.

Jenny no se conformaba. Quería que le pintara el plano quirúrgico de la noche en que Chana y yo nos decidimos a llegar hasta el fondo último de nuestros esfuerzos por lograr lo que buscábamos. A Ubaldo lo sacamos de una galería de arte donde hacía su segunda exposición, primer punto a favor. Alto, blanco, ojos claros. Deportista, saludable, que ni pintado. Y con dos hijos no reconocidos, ideal.

—Está bien —, dije por fin, irritada. —El amiguito erecto resultó tan grande y potente como cualquier profesional de cine porno. Se suponía que se lo haría a Chana mientras ella me lo hacía a mí, sería cosa de quince minutos.

Pensábamos que había sido fácil convencerlo de pasarla rico con dos bellas mujeres, sin condón, con el cuento de que queríamos saber cómo era ese asunto. Él pudo revisar nuestros exámenes médicos y certificar con amigos la estabilidad de nuestra relación monogámica, pero rehusó ese derecho. Fuimos ingenuas, él se cobró el favor dándole a Chana como a rata durante más de dos horas. Incluso, en un momento en que yo la abrazaba y la besaba para hacerle más soportable la tortura, el maldito se atrevió a clavarme como a toro de lidia.

Para mí, no hay nada más hermoso que sentir los pechos de Chana contra los míos, sus pezones duros electrizan mi piel, me hacen sentir que perforan mi pecho hasta el corazón, hasta conectarnos ambas en un mismo latir espiritual, me llenan… Entonces, estoy con Chana encima, apretada a ella, abrigada con su piel de niña aristócrata, y este malparido me atraviesa a lo cerdo. Sentí que tenía una varilla caliente que me perforaba hasta la garganta, una estocada profunda en mi vientre que me hizo soltar un chillido. Sentí la estocada dos veces más, a fondo, como abriendo mis vísceras para extraerlas con un gancho, antes de librarme del abrazo constrictor de Chana y sacármelo de un salto. Lo grité, lo putié, pero Chana me besó con ternura. “Acabemos con esto, que sea un solo tirón”.

Para calmarme, Chana me acomodó en el sillón, y arrodillada con Ubaldo aferrado a sus caderas, le dio a mi clítoris una de las mejores terapias linguales que recuerdo. Por supuesto, esos detalles me los reservé, Jenny no tenía por qué llegar a la visualización nítida de nuestros cuerpos mancillados por ese infame lleno de tatuajes, ni evocar el olor de nuestros sudores y nuestras salivas entremezclados.

—Se pasó de bestia —le dije, —se comportó a la altura de cualquier puto hombre. Sólo esperamos que haya servido para lo único que podía sernos útil.

Jenny adivina cosas en mis pupilas, quiere surfear por mis recuerdos. Imagina incertidumbres, rencores. Apuro mi café en silencio, intento borrar las imágenes de mi cabeza; ojalá pudiera restregar esa parte de mi cerebro con cepillo y jabón, y dejar atrás esa expresión en el rostro de Chana.

Yo mordía mis dedos y labios, mientras ella mordisqueaba entre mis piernas y entraba en mi con su lengua portentosa, aferrados sus dedos a mis muslos. De repente abandonó su labor, y yo seguí con mis dedos, ya a punto de explotar. Entonces la sentí, apretando mis muslos hasta casi hacerlos sangrar con sus uñas, y golpeando mi ingle con su frente en un furioso frenesí rítmico. Abrí los ojos y la vi, con los párpados muy apretados, destrozándose el labio inferior con los dientes, conteniendo la respiración sin emitir sonido. Luego comenzaron los gemidos, guturales, fuertes, al mismo ritmo de un palmoteo que venía de detrás suyo. Al fin reaccioné: me levanté de un salto, estrellando sin querer a Chana contra el sillón, y me lancé contra Ubaldo. El maldito que penetraba en el más oscuro rincón del cuerpo de Chana, dándole ocasionales nalgadas que le tenían enrojecida la piel, se echó para atrás y agarrándome del pelo, facilitado por la energía de mi propio salto, me empujó hacia abajo y me lanzó su chorro contra el rostro.

Me limpié con asco, lo miré con odio, lo golpeé. “Tranquila”, me dijo el hijo de perra con una sonrisa. “Lo que querían, ya está hecho", y comenzó a vestirse como si nada. "Me he venido tres veces, en el coño y en el culo de tu amiguita. Y esta te la ganaste tu todita. Sólo me estaba divirtiendo un poco después de completar mi trabajo.”

—Gracias —le digo a Jenny, levantándome. —Tengo una reunión del consejo de edición. Luego te cuento cómo salió la prueba de Chana.

Salgo, camino hasta la esquina y allí quedo paralizada unos minutos. Recuerdo la expresión en el rostro de Chana. Tres años juntas y nunca le había conocido una expresión similar. Mis ojos se bañan en lágrimas mientras pienso que ya no se si quiero que esté embarazada. Recuerdo la profundidad de sus gemidos, pero sobre todo, su silencio frente al ataque del que estaba siendo víctima. Quizás sea sencillo ver el rostro del bebé y no relacionarlo con la verga de Ubaldo escupiéndome en la cara. Lo que no será sencillo, será volver a ver a Chana a los ojos con la misma mirada libre de dudas que ella me conoce tan bien.

Vértigo Triple Equis - Relatos Eróticos

VERTIGO TRIPLE EQUIS
Alex Acevedo

Por las tardes subían a los tanques del agua del conjunto residencial, sobre el techo. Ella se complicaba el ascenso con unos extravagantes zapatos dorados, doce centímetros de tacón de aguja; él trataba de ocultar su identidad vistiendo una bata de laboratorio y unas gafas oscuras que lo asemejaban al hombre mosca. Gemían con desvergüenza, sus siluetas dejaban marcadas en el aire las acrobacias que improvisaban. Uno intuía que la boca de ella era un estanque lleno de peces emplumados, y que por tanto la vistosa felación que ella le practicaba, apoyada contra la antena comunal, habría de ser lo más parecido a meter uno su miembro en un tarro de jalea real. También, a qué negarlo, parecía como si la lengua de él fungiera de sutil arco voltaico cuando le repasaba los pezones, las costillas, los tobillos, o sencillamente cuando se entregaba pertinaz a la tarea de barrer su vulva. Luego retozaban al sol como si nada, delante de ciento veinticinco apartamentos, embadurnados en sus propios fluidos.

Pero esta tarde una anciana miope del 702 se decidió por fin a llamar a los bomberos. Un enjambre de vecinos se arremolinó en torno al camión con la escalera desplegada, todos con los ojos puestos en las alturas, esperando que los bajaran.

Aquí estamos hace veinte minutos, y todavía nada. Una nube de murmuraciones amplifica la profundidad de la espera. Unos vecinos con imaginación explosiva dicen que a lo mejor los bomberos estarán aprovechando la ocasión para liberar sus instintos onanistas, dejando en libertad sus mangueras. Otros suponen algo más natural, que ella, desnuda en sus tacones, está al borde de la cornisa y amenaza lanzarse abajo si se le acercan un paso más. Los demás, simplemente esperamos, sin parpadear, callados, como unas estatuas de sal, de mármol de Carrara, ahí, pendientes de este desenlace.

Gotas de Fuego - Relatos Eróticos

GOTAS DE FUEGO
Jesús Delgado

En su apartamento, el altillo de una antigua casa en La Candelaria, trataba de acallar con mi jadeo inevitable la maldita charla de esta espléndida rubia, llegada tiempo atrás al barrio, convertido ahora en refugio de malandros y al que llamaban simplemente La Candela. En verdad, todos almacenábamos fuego.

Esta mujer había llegado a La Candela entre armas y joyas, como las que acababa de ver en su nochero. No me sorprendí. Poco a poco, bandas de apartamenteros y estafadores habían arrinconado a las inermes bandas de poetas, cantores y pintores del barrio. Yo mismo había sido víctima del despojo. En una incursión a mi vivienda, estos miserables robaron mi pasado, acumulado en historias guardadas en mi computador. También un enorme libro del siglo XVIII, cuyas disquisiciones sobre ángeles y arcángeles en un español arcaico, habían deleitado a varias generaciones de mi familia. Pero duro, en realidad, fue perder mi tesoro mayor, las cartas de amor y de reclamo, que junto con las de mi madre, había guardado toda la vida en un cofre sellado, con ínfulas de caja fuerte. Cargaron con él sin violentarlo.

El correo de las brujas decía que esta magnífica rubia se encargaba de vender cosas robadas por sus amigos, y que últimamente comerciaba joyas hurtadas en Europa. Pero yo, para ella, era invisible. Aparecía en la cafetería de don Ignacio, a veces se sentaba a la mesa del frente, pero nunca me miraba. Yo la observaba embelesado, y cuando cruzaba sus piernas fantásticas se me ponía el pipí como un gotero.

Pero un día, ese cuerpo sinuoso, de mermelada, que ya quisiera un burro para sus cumpleaños, se acercó a mí.

—Me contaron que usted hace el horóscopo y quiero saber cuánto vale el mío -dijo sin saber que, más bien, yo a ella le pagaría por dejarme hacerle cualquier cosa, así fuera lavarle la ropa.

Ya en su apartamento, empecé a explicarle que existían planetas fríos y secos —como Saturno— que obstaculizaban y frenaban todo. Y planetas húmedos —Venus, por ejemplo— que lubricaban la ruta de la vida y permitían que esta se deslizara suave y cadenciosa. Lubricar -le decía-, del latín lubricus, significa resbalar, particularmente hacia el placer. Ella me oía, con sus ojos bien abiertos, pero ya mis manos intentaban abrir sus piernas.

—El planeta Venus en tu casa octava dispara la experimentación lasciva -continuaba yo, pero los únicos planetas reales estaban casi al alcance de mi lengua.

—Sí, justamente acabo de experimentar una receta para tonificar ciertos músculos -dijo.
Ya para entonces, un chorro de babas me impedía expresar algún concepto y, para mi mal, empezó a hablar ella.

—Me pareces confiable —dijo—. Nunca te había visto, pero entras a mi lista de amigos.

Mientras, yo, incandescente, recorría su cintura, sus senos; mis manos resbalaban por sus desfiladeros.

Faltaba lo mejor. Luego de desnudarla, de lamer su piel de caramelo y el suave vello de sus trigales, que me erizaba como un puerco espín, me daban ganas de penetrar también su ombligo y enterrarme en ella.

Empezó a hablar. Me contó que Adriana le había suministrado el secreto de unas encendidas duchas vaginales con romero y alumbre, que habían estrechado su canal. Por lo visto, el sexo le era tan común, y sus sensaciones tan triviales, que mientras con manos gigantescas yo copaba sus cráteres, cavernas y oquedades, me contaba que una abuelita del barrio se aplicaba la misma fórmula ancestral, y traía de un ala a un estudiante universitario.

Mientras tanto, yo trataba de introducirme en su estuche, tan cerrado que ni la lubricación de Venus, mezclada con mi saliva, evitaba cierto sordo dolor en mi aparato, que parecía penetrar un túnel con una enorme presión por centímetro cuadrado.

—Imagínate que mi prima, la que estudia economía, no ha terminado con su novio, aunque descubrió que... bla, bla, bla...

Esta mujer ignoraba el placer que me producía su estrecho conducto, como si una poderosa mano me apretara la verga.

Así, aprisionado entre sus firmes y húmedas paredes, me deslizaba hacia el cosmos profundo, hasta que un nuevo chisme de ella se encargaba de azotarme contra el planeta.

—No sé por qué Patricia sigue en esa casa tan incómoda, si... bla, bla, bla...

Ella no percibía mi desesperación o no le importaba.

—También dicen que el marido de doña Clara anda enamorado y que... bla, bla, bla...

Cuando estaba a punto de estallar, de gritarle que callara, ella, divertida con sus análisis, elevaba las caderas para reacomodarse y volvía a lanzarme al infinito.

Empezó a enloquecerme su cantilena. Se entusiasmaba cuando hablaba de las guarichas del segundo piso o del cornudo del trescientos dos. Cuando quería sellar su boca con un beso me esquivaba, y decidí soltar mi chorro para terminar, pero entonces mencionó el libro viejísimo que le había vendido a un gringo maravillado. Le pregunté como al desgaire y dijo que los imbéciles de sus amigos habían llegado también con un cofre lleno de papeles inservibles, que terminaron en la basura.

La odié. Desde mi verga al rojo vivo disparé gotas de plomo que la quemaron por dentro, y su cuerpo quedó flotando sobre un lago de mermelada candente, en un altillo del barrio La Candela.

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PORNSTAR
Cesar Mauricio Heredia

I

El café olía delicioso en aquel lugar. Solía beber uno a media mañana para desayunar, pues en mi casa nunca me alcanzaba el tiempo. Pero ese día era diferente. Las siete de la mañana y estaba ahí, gastando las últimas monedas en un desayuno que no sabía cuándo se repetiría.

Se cumplía un mes exacto de visitas a mi antigua oficina; un mes de rogar por el pago de mi liquidación, semana tras semana, sin lograr ningún resultado. El día anterior había sacado los pocos pesos que quedaban en mi cuenta. La mayor parte reposaban ahora en la caja registradora de un bar. Estaba totalmente borracho al llegar a mi casa y dormí más de diez horas, lo necesario para llegar muy temprano a mi antigua oficina a continuar la gastada discusión con la Jefe de personal. Ya la había amenazado un par de veces con demandar a la entidad pero, a quien engañaba, no podía pagar un abogado y, si lo hiciera, tal vez se quedaría con lo poco que me dieran en caso de ganar.

Distraído por estos pensamientos, no me di cuenta que una mujer había entrado a la cafetería, hasta que escuché una voz aguda, mucho más de lo que mi cabeza adolorida podía soportar.

—Buenos días Juanito, me das un tinto y un buñuelo, por favor –dijo sin sentarse en la barra improvisada.

La mire y creí adivinar a dónde iría después de terminar su ligero desayuno. Le entregaron el café humeante y, al tratar de disolver el azúcar, derramó un poco en la barra. –Ay, perdón mi amor, mira el reguero que te hice.

Se protegía del cortante frío de la mañana con un gorro de lana; vestía un jean y una chaqueta del mismo material. Era atractiva, mas de lo que podía esperarse de las trabajadoras del local que quedaba al lado de donde nos encontrábamos. Creo que la había visto antes allí, pero su pelo teñido de rubio me hizo dudar. La verdad, era más que atractiva. ¿Cómo una mujer así había terminado trabajando en el negocio de al lado? Que pregunta tan idiota, me dije, ¿no te ves a ti mismo, sin un centavo en el bolsillo y con hambre?

Estaba tan absorto en estos pensamientos y en su belleza, que no me di cuenta cuando me miró a los ojos y sonrió. Debí haberme quedado mirándola como un imbécil, o tal vez le ofrecí involuntariamente una de esas miradas agresivas, herencia de los días en el ejercito (¡Ponga cara de mierda soldado, que con esa cara de madre nadie lo va a respetar, ni aquí, ni afuera!), porque ella frunció el ceño y volteó la cabeza bruscamente .

¡Maldición! ¿Por qué no podía actuar como la gente normal? No es que me interesara mucho la mujer, pero no quería ser grosero con ella. Además, me gusto desde que la vi entrar. No quería dejar las cosas así.

—Hola.

Me miró por un momento con desprecio y volteó de nuevo. Pasaron varios segundos de incómodo silencio. Me puse de pie y busqué en mis bolsillos las monedas, cuando su voz chillona me sobresaltó.

—¿Ya te vas?

—Si, no me gusta que no me contesten el saludo.

—Pues a mí no me gusta que un desconocido me mire mal.

Touché. Ella tenía razón y yo no estaba haciendo nada para mejorar la situación. La mire a los ojos (Dios, realmente era hermosa) y traté de bajarle el tono a la conversación.

—Lo siento, tienes razón. Pero no es lo que tú piensas...

—¿Ah, si? ¿Y que pienso?

—Bueno... quiero decir… Pues con tu trabajo, tal vez haya personas que no se sientan cómodas con ello.

—¿Mi trabajo? ¿Y cuál es mi trabajo sabelotodo?

¡Maldición! Otra vez metí la pata. Ni siquiera estaba seguro de su verdadera ocupación.

—Es que yo pensé que... que tu trabajabas aquí al lado.

—Eso es algo que no te importa, y si te parece muy desagradable, ¿para que hablas conmigo entonces?

—Lo siento, de verdad. Solo quería... Lamento la confusión; sólo quiero que sepas que, aunque trabajaras allí, a mi no me molestaría.

Pagué intentando poner fin a aquella incomoda conversación. Además, ya era hora de ir a reclamar de nuevo mi dinero.

—Espera —se quedó con los ojos fijos unos instantes en la barra y luego me miró. —Yo también lo siento. Estoy algo cansada y de mal humor. Además tienes razón...mucha gente se siente incomoda con lo que hago. Si, no me mires así, después de todo acertaste, soy una prostituta —dijo ofreciendo una enigmática sonrisa.

Me tomó por sorpresa. Nunca pensé que se disculpara conmigo. No se que cara habré puesto, pues de nuevo se molestó.

—Si ves. Sabía por qué no tenía que decírtelo. Eres un prejuicioso como todos.

—No, yo no... Maldición, no le hagas caso a mi cara, nunca dice lo que pienso, esta maldita cara.
Me miró por un segundo y soltó una sonora carcajada. No la dejé hablar.

—Además, a mi no me importa lo que haces. Si a ti te gusta... —¡nooo!, ¿cómo se me ocurrió decir eso? —Perdón, seguro lo haces por dinero.

—¿Y por qué no me va a gustar? A mi no me molesta lo que hago. Es más, gano buen dinero y me encanta tirar.

¡Lo sabía, a alguna le tenía que gustar! Y la encuentro justo hoy, sin un peso en el bolsillo.

—Pero a veces tendrás que hacerlo con hombres que no te agradan.

—La verdad no, tengo opción de elegir con quien lo hago.

—¿Puedes escoger? ¿Eso no te hace perder dinero?

—Si, puede ser. Pero, por fortuna, esa no es mi única fuente de ingresos.

Eso aclaraba las cosas. Simplemente le gustaba el sexo y no estaba de más si le pagaban por hacerlo.

—Ah, claro, eso lo hace diferente. ¿Y es muy difícil mantener en secreto lo que haces en tu otro trabajo?

—¿Secreto? —se rió de nuevo. Aquella risa chillona me empezaba a gustar. —¡Pero si ellos lo saben! Tienen que saberlo, si no se los he dicho aún. No estoy segura.

Ahora si que no entendía nada.

—No pongas esa cara. Ellos tienen que saber. Los dos negocios se relacionan mucho. Mi otro trabajo consiste en filmar películas porno.

Esto era increíble. Por mirar mal sin intención a una mujer, mi mañana había cambiado totalmente. Estaba hablando con una actriz porno, no sólo con una prostituta. Me olvidé de mis otros problemas y charlé con ella más de una hora. No podía creer que en esta ciudad filmaran cine porno, industria que creía reservada a otros países. Al parecer era un negocio muy lucrativo para todos los involucrados. Por ello no era muy difundido, querían mantener el negocio en pocas manos.

Finalmente me dijo que tenía que irse, pero yo ansiaba saber más del tema (y por que no, de ella) y le pedí que me contara un poco más. Buscó en su pequeño bolso una tarjeta y me la dio.
—Por que no pasas por allá un día de estos. Menciona mi nombre y tal vez te dejen entrar. Y ¿por qué no? Puede que haya trabajo para ti. No luces nada mal. Podrías hacer algunas escenas. A propósito, di que Pearl te envió.

Me reí y ella me dio un beso en la mejilla. Olía delicioso. Salió y tocó el timbre de la puerta de al lado. Alguien que no pude ver abrió. Volteó por última vez, me guiño el ojo y desapareció en el interior.

El día apenas empezaba y ya había conseguido la oportunidad de conocer el mundo del cine pornográfico. No lo negaré, alguna vez soñé con ganarme así la vida, pero en ese preciso momento ni siquiera pasó por mi mente el tomarme aquello en serio. Tenía otras cosas en que pensar, y pronto Pearl salió de mi cabeza.

Tres horas después estaba de nuevo en la calle sin ninguna esperanza de ver mi dinero. Yo sabía que la Jefe de personal me odiaba, solo fui por desesperación, porque mi única comida en tres días había sido pan o buñuelos con café (y no tres veces al día) y porque se acercaba el momento de pagar la cuota del préstamo estudiantil y de la hipoteca de la casa en que vivía con mi madre y mi hermana. Maldita la hora en que se me ocurrió estudiar en esa Universidad tan costosa.
Sólo tenía cinco mil pesos en el bolsillo. Un amigo de la oficina me los había prestado. Le dije que no tenía cómo pagárselos. Me dio una palmada en la espalda y me dijo que le pagara cuando pudiera; si conociera mi situación real, sabría que tal vez mis herederos tendrían que asumir la deuda.

Empecé a buscar el billete. Estaba seguro que lo había metido en el bolsillo del pantalón pero no lo encontré; tampoco estaba en mi chaqueta y entonces me invadió la angustia. Perderlo era lo peor que podía pasarme en ese momento. Finalmente metí la mano en el bolsillo de mi camisa y lo encontré, saque el papel y allí estaba... la tarjeta que me había dado Pearl. Una extraña coincidencia, encontrarla justo al perder mi último billete.

La mire con más cuidado. Era de de color crema, con letras negras. Había una dirección impresa. Una hora de camino a pie, tal vez más, pero estaba cerca de la casa de un amigo al que podría pedirle prestado algo de dinero. No tenía nada que perder. Y no lo puedo negar, justo en ese momento me atrajo bastante la idea de ver cómo filmaban una de esas películas.

Las largas caminatas del último mes por la ciudad me hicieron fácil, incluso cómodo el trayecto. La casa se encontraba en un barrio de clase media; parecía vieja, con una puerta café oscura, que me recordó las entradas de las casas de pueblo. No tenían nada de particular y por un momento pensé que era una broma de la mujer. Estuve a punto de irme, pero me detuvo el deseo de saber quien vivía allí. De todas formas la dirección estaba impresa en una tarjeta, tal vez no sería la primera vez que los habitantes tenían que lidiar con personas preguntando por las películas porno que filmaban allí. Si se trataba de una broma, era bastante pesada y no pude evitar las ganas de saber por qué Pearl, o como se llamara la mujer, le había hecho algo así a quien fuera que viviera ahí.

Toqué la puerta. Tuve que hacerlo de nuevo con más fuerza, pues era bastante gruesa y me pareció que el sonido no la traspasaba. Al fin sentí que alguien se acercó a la mirilla y la puerta se abrió un poco; tenía una cadena de seguridad y pude ver la mitad de la cara de un hombre joven.

—¿A la orden?

—Buenas, ¿cómo está? —dije, y me quedé callado sin saber qué más decir.

—¿Se le ofrece algo? —dijo en tono impaciente, y con toda la razón, yo tampoco estaría muy contento de ver a alguien con cara de tonto, parado en frente de mi casa sin ningún motivo. Tenía que hablar pronto si no quería terminar con la puerta en la cara.

—Bueno... pues sí. Tal vez pueda ayudarme. Eh... alguien me dio esta dirección y, pues, me dijo que tal vez pudiera encontrar trabajo aquí.

—¿Trabajo? No, creo que le informaron mal, esto es una casa de familia.

—Pero... ¿aquí no hacen películas?

—¿Películas? No, como le digo, esta es una casa de familia. Perdone pero no puedo ayudarlo —dijo, al tiempo que cerraba la puerta.

Saqué rápidamente la tarjeta de mi bolsillo.

—¡No! ¡Espere! Pearl me dio esto y me dijo que viniera.

El hombre tomó la tarjeta y la miró con desconfianza. La volteó, la volvió a mirar por el anverso.

—Espere un momento acá —dijo, y cerró la puerta de un golpe.

Quince minutos después seguía esperando. Era una estupidez, pensé. Debería irme de una vez y no perder el tiempo. Podría estar buscando trabajo, pero una morbosa curiosidad me retenía. El hombre había recibido la tarjeta y no me había preguntado quién era Pearl, luego el nombre le era familiar. Y no es que estuviera seguro de tener un gran futuro en la pornografía, pero la situación era realmente intrigante. Sólo había dos opciones, o me echaban o me dejaban entrar. No perdería nada con ninguna de las dos.

Diez minutos más. ¿Cuánto tendría que esperar para saber por qué me había enviado allí la mujer? Por fin la puerta se abrió; si lo hubiera hecho un minuto más tarde, el tipo no me habría encontrado allí sentado. Me hizo una seña con la mano para que lo siguiera, pero me quede ahí parado. No era lo más aconsejable entrar solo a una casa extraña.

—¿Qué le pasa? ¿Después esperar tanto se va a quedar ahí? ¿No dijo que necesitaba trabajar?

Auch, justo en el clavo. El maldito había tocado un punto sensible, que me hizo decidir de inmediato y lo seguí sin dudar.

La apariencia del lugar no me hacía sentir mejor. Caminamos por un largo corredor; las paredes estaban cubiertas con cartón y, si había puertas, otros corredores o cualquier otra cosa, era imposible saberlo. La única luz provenía de largos tubos de neón en el techo. El corredor terminaba en una puerta metálica de color gris, muy diferente a la de la entrada. Habíamos recorrido un trecho suficiente como para atravesar una casa normal, por lo que supuse que la dirección de la tarjeta sólo era una cubierta. Al abrir la puerta confirmé mis deducciones. Entramos al patio trasero de otra casa. Al fondo se veía un gran ventanal, pero unos vidrios polarizados me impedían ver el interior.

—Por acá —dijo, señalándome una entrada a la casa. —El jefe está trabajando, pero no tardará mucho y luego lo atenderá. Si quiere quédese detrás de las cámaras y no abra la boca hasta que terminen. Siga, yo tengo que volver a la entrada.

Dio media vuelta y salió por la puerta metálica. En ese momento me di cuenta que del lado del jardín, la puerta no tenía cerradura. En cierto sentido estaba encerrado y no tenía más opción que entrar a la casa que tenía enfrente. Con todo lo que había visto, debería haber estado preparado para cualquier cosa pero, al entrar me quedé paralizado. Había reflectores en las cuatro esquinas de la sala, varias cámaras de video montadas en trípodes, otras de mano, y una pareja teniendo relaciones sexuales en un sofá, al tiempo que otro hombre los filmaba muy de cerca.

Mi asombró se esfumó con rapidez al ver a la mujer. Era exuberante, hermosa, no muy alta. Desde que tuve la edad suficiente para apreciarla, me había gustado la pornografía; ver esto en vivo me pareció demasiado excitante. Recordé las largas, casi interminables escenas que había visto en películas de ese tipo, por lo que pensé que pasaría un buen rato observando, pero el hombre del sofá se detuvo de repente.

—Viejo Dany, déjame descansar un rato y ahora seguimos filmando.

—Dale, descansa que no eres el único que lo necesita —dijo el hombre de la cámara—, a mí ya me duele la espalda un poco, además, tengo a un prospecto esperándome—. Se levantó, y entonces notaron mi presencia.

—Ah, muchacho, ya llegaste. Ven, hablemos en mi oficina.

Me tomó del brazo y me dejé llevar sin resistencia, pues estaba distraído mirando a la mujer, sentada en el sofá, desnuda, y encendiendo un cigarrillo. Me miró y guiñó un ojo con una sonrisa pícara. Aun sin poner mis ideas en orden, me encontré sentado en un pequeño cuarto. Era extraño el aspecto del lugar; sólo había un escritorio de metal pintado de gris, lleno de videocasetes esparcidos en caótico desorden. En las etiquetas se podían leer nombres como Yurani y Agata, Bernie e Iriana... ya me imaginaba lo que eran. Uno en especial llamó mi atención: Pearl y Mario N. Tal vez era mi nueva amiga, que volvió a mi mente junto a un fuerte deseo de llevarme el video.

Las paredes eran totalmente blancas, sin nada colgado en ellas. El color y extravagancia de la sala en que habíamos estado antes contrastaban con la parquedad y sobriedad que se respiraba allí. Claro, la primera era el set de grabación.

—Veo que le extraña la apariencia del lugar. Tal vez se imaginó afiches de mujeres en las paredes, o algo por el estilo—, dijo con una sonrisa burlona.

—En realidad no me imaginé nada— repliqué con fastidio.

—Vamos, no sea susceptible. Me dijeron que mi amiga Pearl lo envió. Debiste haber dado una gran demostración en la cama. Te felicito. Pocas veces nos envía gente, es muy selectiva.

—En realidad sólo hablamos un rato en una cafetería.

—¡En serio! Bueno, no se que le habrás dicho como para que Pearl te enviara, pero confío en su criterio. Sus recomendados nunca me han defraudado. Pero, no perdamos más tiempo, que tengo una escena que terminar. Veamos que tienes. Quítate la ropa.

La sugerencia me tomó totalmente desprevenido. Quede paralizado por un segundo y el hombre lo notó al instante.

—¿Que pasa muchacho? ¿Acaso me vas a hacer perder mi tiempo? Apúrate, ¿o no quieres el trabajo? —dijo mientras golpeteaba los dedos contra la superficie del escritorio.

Por un momento pensé en lagarme de allí, pero el hambre y la angustia que sentía me lo impidieron. Vamos, pensé, que más esperabas, ¿una entrevista?, ¿un casting en que pidieran reir o llorar un poco a voluntad? Imbécil, era cine porno, sexo gratis. No, gratis no, te pagarían por ello. No lo dudé más y empecé a desabrocharme la corbata y la camisa; adiós al saco, al pantalón, fuera medias y zapatos y por último la ropa interior. Rápido y sin pensar era lo mejor.

—Humm, no esta mal, un poco flaco pero firme. Date una vuelta...no me mires así, muchacho. Necesito darme una idea de todos tus ángulos, para ver cuál te favorece más —me hizo dar una vuelta a cada lado tomándome del codo y sonrió de forma maliciosa—. Definitivamente Pearl tiene buen ojo. ¡JULIAAA...CARIÑOOO!

El grito me tomó por sorpresa y di un pequeño salto. El hombre lo notó y me palmeó la espalda, “tranquilo, chico, relájate”. En ese momento entro una mujer que cualquiera de mis amigas calificaría como “vulgar” y cualquiera de mis amigos como “hembrota”. Tenía puesto un vestido negro diminuto que apenas le llegaba abajo de la cadera. Perecía adherido su delgado y al tiempo voluptuoso cuerpo.

—Este es el que Pearl envió. ¿Qué opinas?

Ella me miró de arriba a abajo. Sonreía y pasaba de manera perturbante un dedo por su lengua y sus labios. “Nada mal, amor. Nada mal…”

A pesar de su belleza, apenas podía fijarme en la mujer. Me molestaba que me miraran como si fuera ganado. Mi malestar fue tan notorio que ella volvió a reír.

—Tranquilo, bebé. Entiendo lo que debes sentir ahora, a todos nos pasa la primera vez. Pero, no te preocupes, desaparecerá en pocos días, horas tal vez, cuando empieces a trabajar y a gozártelo en grande. Amor, contrátalo, el chico me gusta. ¿Puedo darle la bienvenida en la prueba de cámara?

—Zorra. Siempre te gusta probarlos primero. No les dejas nada a las demás —dijo, dándole una palmada en el trasero y un beso en la boca.

—En un rato nos vemos, bombón—, la mujer me acarició la cara y salió de la habitación.

—Vístete muchacho, y acompáñame a terminar la escena, que estoy atrasado. Así aprovechas para ir conociendo tu nuevo trabajo. Si Julia y mi cámara te aprueban, empiezas hoy mismo muchacho, el negocio no da espera.

Volvimos a la sala. La pareja estaba de nuevo en el sillón y charlaban. El director llamó su atención con las palmas y ellos se pusieron “en posición”.

II

Llegué a mi casa a las tres de la mañana. A las cinco aún daba vueltas en la cama sin poder dormir. No podía creer el día que había tenido. Después de la humillación en mi antigua oficina, conocí a una actriz-prostituta y terminé en el sofá de una casa extraña, haciendo el amor con una desconocida.

Antes de salir de la casa, me enteré que había filmado mi primera escena con la esposa del director. Cuando otra de las chicas que merodeaba por la casa (parecía que no paraban de salir y entrar de las habitaciones mujeres espectaculares) me lo dijo, no me extrañó en absoluto. Mi capacidad de asombro estaba a punto de agotarse. O eso creí en ese momento, sin imaginarme lo que me esperaba en los siguientes meses.

Desde aquel día todo, desde la manera en que me sentía al levantarme o acostarme hasta la forma de ver la vida y a los que me rodeaban, fue diferente para mí. Al principio fui reacio a dar el teléfono de mi casa a esa gente, pero no tenía otra forma para que me contactaran; además me aseguraron que eran profesionales y que mi familia no se enteraría de nada “a menos de que alquilen una de tus películas”, dijeron.

Había varios estudios en la ciudad. Llamaban a mi casa y me daban una dirección y una clave que tenía que decir en la entrada. Cuando mis trabajos se hicieron más frecuentes, la clave se hizo innecesaria. Me pagaban al final de cada día de filmación, dependiendo del número de escenas. Al principio no gané mucho; el primer mes me llamaron apenas una vez por semana, pero el pago era suficiente para cubrir mis gastos más urgentes. Al principio me sentí muy mal, esperando que me llamaran para hacerle el amor a alguien y que luego me pagaran. No veía que diferencia había entre una puta y yo, pero después de tres mujeres espectaculares con las que trabaje, este pensamiento se desvaneció de mi cabeza, reemplazado por el placer que sacaba de todo el asunto.

El siguiente mes las llamadas se multiplicaron. Tanto fue así que tuve que decirle a mi madre que, cuando preguntaran por mi, dijera que me habían llamado más temprano de otra “sucursal”, para así no hacer pensar a los directores que había decidido dejar de trabajar. El dinero resultante del negocio empezó a abundar en mis bolsillos, pues me llamaban con frecuencia. Al parecer tenía un talento no muy común, que el buen ojo de los directores no tardó en descubrir. Resultó que yo podía hacerlo más veces al día y con más frecuencia que el promedio de los actores. Para mi era normal, nunca pensé que fuera algo extraordinario.

A pesar de tener relaciones casi a diario con toda clase de mujeres, al terminar las escenas mi trato con ellas no pasaba de un beso y un “hasta luego” o un “gracias” que yo respondía con una sonrisa y nada más. No se que más esperaban, siempre había sido así pero, al parecer, eso me hizo ganar fama de tímido entre mis compañeras, lo que sorprendentemente las atraía.

Aquel mundo era demasiado extraño, demasiado alejado del mundo real. Tenías sexo con dos o tres mujeres diferentes en el día, a veces con varias en la misma escena y todo terminaba allí. Parecía un sueño hecho realidad, pero una realidad distorsionada. Al principio sentí algo de vacío, pero el dinero y las charlas con mis compañeros lo hicieron desaparecer rápidamente. Creo que entonces empecé a entender a las prostitutas. Siempre me preguntaba cómo podrían hacerlo con alguien sólo por deseo, después de haberse acostado con cientos, tal vez miles en su vida. Ahora entiendo que debían tomarlo como un trabajo más, igual que yo. Una cosa es hacerlo y que te paguen por ello, y otra muy distinta hacerlo porque quieres. Y no estoy hablando de amor. Por otro lado, tenía una ventaja frente a la prostitución. Las mujeres escogidas para aparecer en cámara eran espectaculares. Sin embargo, durante varios meses no lo hice el amor ni una sola vez por deseo. Sólo por dinero.

Al final de una tarde de trabajo, una hermosa pelirroja con la que había trabajado unos momentos antes, se acercó y me preguntó si quería ir a su casa esa noche a oír música y tomar algunos tragos. Acepté sin dudar, pensando que sería la primera noche de verdadera intimidad en mucho tiempo, de algo más que sexo vacío. Me dio la dirección y un beso en la mejilla. Este gesto me causó gracia, después de lo que acabamos de hacer.

Al llegar, mis esperanzas de una noche romántica se esfumaron. La casa estaba llena de personas. No era una cita privada sino una gran reunión. Me había acostado con varias de las mujeres que estaban allí y apenas recordaba el nombre de una o dos. También había varios de los actores que había visto en los estudios de grabación.

—¡Vaya! Llegó el mudo. Quien te invitó. ¿Acaso lo hicieron por señas, amigo?

—Fui yo Raul, ya déjalo en paz—, y alguien tomó mi brazo de gancho. Era la pelirroja. Vestía una blusa muy escotada y un pantalón que se le pegaba al cuerpo como si lo hubieran pintado en él.

—Vamos al balcón. Aquí no hay nadie interesante —dijo señalando al que me había molestado con la cabeza, al tiempo que le guiñaba un ojo. El hombre se quedó serio un segundo mientras la miraba, pero luego se rió con fuerza y siguió hablando con otras dos mujeres.

Me dejé guiar por la mujer hasta un balcón desde donde se veía gran parte de la ciudad. Ella soltó mi brazo y se recostó en la baranda. Yo estaba parado a su lado y no sabía que decir. Me había acostado con ella unas horas antes, pero hacía meses no hablaba con una mujer por fuera del estudio. Al fin dije la primera tontería que se me vino a la cabeza.

—La ciudad se ve diferente.

Ella me miró extrañada, “¿diferente a qué?”

—Quiero decir. Después de saber todo lo que pasa ahí... lo que hacemos.

—¿Por qué? ¿Acaso te molesta hacerlo?

—Para nada. Al contrario, me gusta mucho, especialmente con alguien como tú.

Me miró y dijo con una sonrisa:

—Muchas gracias, pero no creo ser muy diferente a las demás.

En verdad no lo era. Había demasiadas mujeres hermosas en el negocio, pero al parecer el comentario le agradó, pues se acercó un poco más a mi brazo.

—Nunca había pensado en eso. En realidad no me parece algo tan especial. Es sólo un trabajo. Lo único que tienes que hacer es no pensarlo mucho, sólo disfrutarlo. Al final hasta se vuelve algo rutinario.

—Rutinario, pero muy agradable—, dije tomándola de la cintura. Ella me dejó hacer, inclusive cuando la acerqué más y le di un beso.

Fui el único que me quedé en su casa. Toda la noche “trabajamos” gratis. Era algo que yo necesitaba para recuperar la noción de la realidad, sin tener una cámara encima recordándome que la mujer de turno lo hacía por dinero, y sin importarle quién era yo. Por alguna razón que no entiendo, después de eso me pude relacionar mejor con los que trabajaba, como si una barrera se hubiera roto dentro de mi para dejarme entender que no eran más que colegas. También me sirvió para tomar la iniciativa con varias de mis compañeras y “trabajar” unas horas extra en sus casas. La línea entre la ficción y la realidad volvió a ser clara para mí.

A pesar de que tenía dinero, no podía ahorrar mucho pues le daba una gran parte a mi madre, que apenas recogía algunos pesos arreglando ropa. Mi padre había dejado muchas deudas al morir, y apenas podíamos cubrirlas. Unos años más y tal vez pudiera ahorrar algo, para cuando ya no tuviera el cuerpo para trabajar más en eso, porque me estaba gustando mucho y no me retiraría a voluntad.

Mi hermana también ayudaba a pagar las cuentas. Casi nunca la veía. Ni ella ni yo nos quedábamos mucho en la casa, pero de vez en cuando nos encontrábamos en las noches. Me dijo a que aún trabajaba de mesera, y que hacía unos meses había empezado a ir a la escuela nocturna para validar el bachillerato. Me alegré por ella. Estuve tan metido en mis asuntos que había dejado de pensar en mi hermanita. Igual, ella siempre había sido fuerte, yo sabía que los problemas económicos nunca la habían doblegado. A veces nos encontrábamos rebuscando la comida que mi mamá había preparado, pero ninguno de los dos hablaba mucho de sus cosas. Una vez me preguntó que hacía. Tuve que inventar que era mensajero y que también trabajaba en un bar en las noches. Traté de ser sutil al esquivar las preguntas sobre su ubicación. Tal vez ella se dio cuenta y, en las pocas veces que nos encontramos después, no volvió a mencionarlo.

III

Llegué bastante ofuscado a la dirección que me habían dictado en la mañana. Antes de salir había tenido una discusión con mi hermana. Ella estaba ocupando el teléfono a la hora en que solían llamarme; casi nunca estaba ahí a esa hora, por lo que no había tenido problemas. Anotó algo en su libreta y por fin colgó. Ni siquiera me prestó atención cuando descargue mi rabia sobre ella. Iba a seguirla a su habitación para seguir el reclamo cuando el teléfono sonó. Me dieron dos direcciones, una para ir en la mañana y otra para unas escenas en la tarde. Tendría mucho dinero en los bolsillos al final del día.

Llegué al primer sitio algo tarde, furioso, pero toda mi rabia desapareció al ver mi compañera de grabación.

—Hola precioso.

¡Era Pearl! Nunca me la había encontrado en el set. Me recordó al instante y se puso muy contenta cuando le conté que llevaba meses trabajando. Charlamos un rato pero el director de turno nos llamó a escena. Me excitó saber lo que venía, yo sabía que la había deseado desde el momento en que la vi en esa cafetería. Fueron escenas maravillosas y me esmeré en demostrarle todo mi agradecimiento, esforzándome en hacer un buen trabajo.

El trabajo se extendió tanto que, cuando terminamos, era más del medio día. Tenía que apresurarme para llegar a la segunda dirección que me habían dado. Le expliqué a Pearl la situación y le pedí su teléfono prometiéndole que, si ella lo deseaba, podríamos ensayar algunas escenas en su casa esa noche, ella rió y lo anotó en un papel que guardé con mucho cuidado.

Abordé un taxi para no llegar tarde. Unos minutos de más y alguien podía tomar mi lugar, lo que no podía permitir pues esa semana tenía que pagar la cuota del acuerdo de pagos que mi madre había firmado para evitar el embargo de la casa. Por fortuna mi hermana prometió dar la mitad.
Llegué justo a tiempo. Conocía al asistente de ese estudio de hace tiempo. Era el mismo que me había llamado esa mañana.

—Casi no llega estrella. Ya lo están esperando. Apúrele.

Leí rápidamente las pocas líneas que tenía que decir y escogí algo de ropa del vestuario que tenían en la casa. Me lo puse todo sin ropa interior, como siempre, y corrí a la sala de la casa, aún apuntándome el pantalón. Mi pareja estaba sentada en la cama. No podía verle la cara, pero de espalda parecía atractiva. Fumaba un cigarrillo y movía la pierna con impaciencia. ¡Que pena con ella hacerla esperar! El asistente se acercó a mi.

—Bueno, ¿listo? Andrea, llegó tu coestrella, ya te puedes calmar.

Se puso de pie con brusquedad.

—¡Ya era hora! Llevo más de cuarenta y cinco minutos aquí sentada y tengo muchas cosas que...

Dejó de hablar apenas me vio. Mi cabeza no podía entender lo que pasaba.

—¡Lo sabía, sabía que aquí había algo raro!—, dijo el asistente soltando una carcajada—. Ustedes se conocen ¿cierto? Cuando lo llamé a usted esta mañana, me di cuenta que era el mismo número que acababa de marcar. Me pareció rarísimo, pero no le dije nada para ver que pasaba. Anoche se quedaron juntos ¿no? Mejor, así tienen bien ensayadita la escena. Ja, ja...

Esto no me lo esperaba. Mi hermana dejó caer el cigarrillo, que se consumía con lentitud en la alfombra. No podíamos movernos, mirándonos fijamente a los ojos.

—Bueno, no parecen muy contentos. ¿Les fue mal anoche? No importa, tienen tiempo de reivindicarse ahora. Señor director, como está —dijo saludando a un hombre que entraba a la sala—. Sus estrellas están listas.

—Perfecto. Estaba temiendo que no llegaras. Ambos están muy bien recomendados y, al parecer nadie los había tenido juntos antes.

—Y ya se conocen, jefe. Esta escena saldrá perfecta.

La boca de mi hermana temblaba. Sabía que apretaba los dientes con fuerza cuando estaba nerviosa. No sentía las piernas, pero estábamos ahí, listos para trabajar. Yo sabía que los dos necesitábamos con desesperación el dinero. Nuestra madre lo necesitaba. Creo que ambos lo entendimos al tiempo, pues ella empezó a caminar hacía la puerta desde donde tenía que entrar a escena y yo me senté en la cama a esperarla, tal como el pequeño guión que había leído unos minutos antes indicaba. No teníamos otra opción que hacer la escena. Los dos sabíamos que no podíamos dejar a mi madre sin su casa o moriría de pena. Mi mente volaba de una cosa a otra cuando escuche el grito, ¡Acción! Ella caminó moviendo sus caderas con picardía, una sonrisa fingida en sus labios mientras decía su parlamento. Yo respondí como un autómata, sin entender las palabras que salían de mi boca. Otra frase de ella y de pronto se sentó en mis piernas. Una última mirada a sus ojos, brillantes por las lágrimas contenidas, antes de cerrarlos mientras nuestros labios se unían en un apasionado beso, cuidando que se viera realista ante las cámaras...
Salí corriendo tan pronto como pude. Cobré y apenas me despedí de los que se cruzaron en mi camino. Por fortuna no me encontré con ella. No podía enfrentarla en ese momento. Varias horas después, caminando por la ciudad, empecé a buscar alguna justificación a lo que había hecho. A lo que habíamos hecho. Pero, para mi sorpresa, mi forma de pensar había cambiado con aquel trabajo y no me fue difícil hallar las razones y, lo que era más extraño, no me parecían descabelladas. Era un trabajo como cualquier otro, necesitábamos el dinero, había que salvar la casa, era sólo un trabajo, no tenía nada de malo hacerlo por dinero, es sólo un trabajo, ella también estaba consiguiendo el dinero honradamente, en ese momento no teníamos otra opción, es sólo un trabajo... sólo un trabajo...

Horas después de mi salida del estudio, el dolor de pies era insoportable; había caminado todo el tiempo sin rumbo y, de un momento para otro y sin saber bien cómo, estaba enfrente de la puerta de mi casa. Estuve varios minutos allí, sin poder moverme, sin sentirme capaz de usar la llave, pero me rendí ante un hecho imposible de negar: no tenía otro sitio a donde ir. Por más que me hubiera acostado con muchas mujeres dentro y fuera del set, ninguna me abriría la puerta a esa hora. Después de todo, sólo eran compañeras del trabajo.

Entré sin hacer ruido. Al parecer mi madre dormía. Subí con cuidado las escaleras y crucé el corredor. La puerta de la habitación de mi hermana estaba entreabierta y no pude evitar la tentación de mirar hacia adentro. No sé que esperaba ver, pero no a ella. Sin embargo allí estaba, dormida. La cobija no la tapaba bien y podía ver parte de su pierna gracias a la tenue luz que entraba por la ventana. Recordé por un segundo mi mano rozando levemente su muslo con mis dedos, apretándolo fuerte un poco después, levantando la falda…

Corrí horrorizado hacia mi cuarto. Pero no porque recordara la escena que habíamos hecho, ni porque recordara con asco el haber hecho el amor con mi hermana, sino porque... la estaba deseando de nuevo. ¡Por Dios! era la mejor, la más excitante con quien lo había hecho delante o detrás de cámara. Mientras hacíamos la escena, por varios segundos olvide quién era ella, quien era la persona que me hacía el amor de aquella manera tan salvaje. Yo me esforcé para que saliera perfecto. Después de todo, ya me podía considerar un profesional en el negocio. Y ella no se había quedado atrás. ¿Cuanto tiempo llevaría trabajando? Tal vez más que yo.

Di vueltas en mi cama algo más de quince minutos sin poder dormir. Sentía un ardor en mi pecho que me ahogaba y que no pude soportar más. Salí al corredor, rumbo a su cuarto; cuando faltaban tres o cuatro metros para alcanzar su puerta, ésta se abrió totalmente. Era ella. Sólo tenía puesta la camiseta larga con el delfín pintado que usaba para dormir. Nos quedamos mirando fijamente, al igual que cuando nos vimos por primera vez en el estudio. El brillo de sus ojos fue suficiente para mí e hizo innecesarias las palabras. Me miró un segundo más y volvió a entrar en su cuarto, mientras yo la seguía y cerraba con seguro la puerta tras de mi.